Esta vez, el libro que nos han propuesto para comentar en el Club de Lectura es El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza. Un libro que ya leí hace años en el Instituto: era una de las lecturas obligatorias. De la lectura de aquellos días sólo recordaba que había un caso que debía ser resuelto y que consistía en algo relacionado con unas niñas desaparecidas, pero sobre todo recordaba las risas de mi amiga M.L. que un día se acercó para decirme ¿has leído la parte de la butifarra? Y no paraba de reírse. Es curioso cómo muchas veces recordamos más que el contenido del libro las circunstancias que envolvieron esa lectura. Así que en esta relectura, quería llegar al momento butifarra. Quería volver a leer las páginas que tantas sonrisas sacaron a M.L. Llegué a pensar mientras releía que la memoria me estaba jugando una mala pasada, porque EL MOMENTO BUTIFARRA se hizo esperar. Llega en el capítulo XVI, titulado El corredor de las cien puertas. No me extraña que M.L. se divirtiese tanto con ese capítulo, es muy gracioso, pero todo el libro está repleto de humor.
Siento debilidad por esos escritores que en un momento dado nos dicen que se lo pasaron pipa escribiendo un libro. No sé si guarda alguna relación el que ellos se divirtiesen tanto con que el lector también disfrute de lo lindo con la lectura… Pero en este libro coinciden las dos. Dice Eduardo Mendoza que quiso escribir lo primero que le pasara por la cabeza, por pura diversión. Nunca más he vuelto a escribir con tanta despreocupación ni con tanto placer ni con tanto aprovechamiento de las horas. Cuando garrapateaba la primera frase, no sabía cuál iba a ser la segunda. Yo mismo me sorprendía de las cosas que le iban ocurriendo (y más aún de las que se le iban ocurriendo) a un personaje del que nada sabía, salvo lo que él mismo contaba, pero con el que me sentía perfectamente identificado. Nunca le puse nombre. Dejé que él mismo inventara sus imposturas.
La historia que creó su autor en siete días está emparentada con nuestra mejor tradición, y es que leyendo El misterio de la cripta embrujada es imposible no pensar en nuestro más querido hidalgo; inevitable no pensar en El Quijote. Leyendo las aventuras y desventuras del personaje sin nombre de Mendoza, tenemos en cuenta lo que nos dice Bryce Echenique sobre el humor cervantino, ese humor que está ligado a lo sonriente, lo tierno, lo irónico, en contraposición al humor quevedesco más sarcástico, cruel. No, la historia de Mendoza cae del lado del humor cervantino que nos permite descubrir una comunidad de los hombres en el dolor, esperanza liberadora y, a la vez, suprema alegría de vivir. Y es que el personaje de Mendoza, a pesar de todas sus miserias, no deja de ennoblecerlas con sus acciones y sus reflexiones. Ahí hay un corazoncillo. Que se mira, y que sabe mirar.
La semana pasada me regaló mi tío C. el Quijote que leía y releía mi abuelo. Un Quijote contenido en cuatro tomos pequeños. Cómo disfrutaba mi abuelo con el hidalgo.
Despido este post con algunas de las últimas líneas del libro de Mendoza:
(...) y que no acaba el mundo porque una cosa no salga del todo bien, y que ya habría otras oportunidades de demostrar mi cordura y que, si no las había, yo sabría buscarlas.
P.L.
Nota: V. me recomendó de Mendoza, Sin noticas de Gurb. Y L. me ha dicho que si me ha gustado El misterio de la cripta embrujada también me gustará El laberinto de las aceitunas.
Nota: V. me recomendó de Mendoza, Sin noticas de Gurb. Y L. me ha dicho que si me ha gustado El misterio de la cripta embrujada también me gustará El laberinto de las aceitunas.
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