domingo, 13 de mayo de 2012

Las recomendaciones.

Seguro que les ha pasado alguna vez. Seguro que les ha pasado muchas veces. Han tenido un sueño muy profundo, despiertan y no saben qué día es. Durante unas décimas de segundo piensan, igual es un día laboral o igual es… Igual es domingo. Sí, es domingo. Y se dicen que qué gustito, que tienen todo el domingo por delante. Y durante otros segundos piensan en lo mal parado que suele estar el domingo, la mala prensa que tiene este día, pero que sin embargo, a ustedes les gusta, que el domingo es otro día más, otro día igual o mejor, con mil posibilidades. Y se hacen los remolones en la cama, y ya están oliendo el café recién hecho, y el pan tostado con mantequilla y mermelada.

        Este es un domingo de recomendaciones. No un domingo en el que me apetezca recomendar algo, sino un domingo en el que pienso en los días que van por delante de él, o por detrás, según se mire, y en los que me han hecho muchas recomendaciones.

1. L. me recomendó Los enamoramientos de Javier Marías. L. no sólo me hizo una recomendación, también me dejó el libro. Inverosímilmente logramos convencernos de nuestros azarosos enamoramientos, y son muchos los que creen ver la mano del destino en lo que no es más que una rifa de pueblo cuando ya agoniza el verano…
         Qué fino hila siempre Javier Marías. Uno de los personajes de esta historia, le relata a otro, a María, una novela corta de Balzac: El coronel Chabert. Ese coronel que fue dado por muerto en la guerra, pero que seguía vivo. En Los enamoramientos se nos abren muchos interrogantes. Uno de ellos: ¿Qué pasaría si los muertos volviesen a la vida? ¿No se encontrarían con un mundo que ya no es el suyo? ¿Acaso seguiría el lugar que ocupaban, intacto para ser de nuevo ocupado por ellos, o por el contrario, habría desaparecido dicho lugar? ¿Querrían los que siguen aquí, por mucho sufrimiento que les hubiese causado en su día su desaparición, su salida, su marcha, pasado bastante tiempo, que regresaran los muertos a sus vidas?
Me acordé del libro de Vila-Matas, Bartleby y compañía. En aquel libro se hablaba de escritores que un día dejaron de escribir. En una entrevista, Vila-Matas contaba que recibió muchas cartas de lectores para señalarle escritores que un día también dejaron de escribir, pero que no estaban incluidos en su Bartleby y compañía. En Los enamoramientos, Javier Marías habla de muertos, o aparentemente-muertos que regresan al mundo de los vivos, y por eso menciona uno de sus personajes esa novelita de Balzac, la del coronel Chabert, como también mencionan Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, porque aparece en ese libro el personaje Milady, que aparentemente murió, asesinada por su marido Athos, aunque luego resulta que está viva; descubriendo Athos, más tarde,  que aquélla que creía muerta seguía vivita y coleando.
El viernes fuimos a ver La pesca de salmón en Yemen. Una película divertida, una película simpática, una película que nos gustó mucho a las tres personas que nos metimos en la sala. Una película, en la que también –y podríamos escribir una carta a Javier Marías –casualmente  aparece un personaje que es dado por muerto y no lo está. ¿Recuperará el hilo de su vida, como lo recuperó Ulises, al que le seguía esperando Penélope, o tendrá que empezar de  nuevo porque ya no le espera nadie?

        2. Minutos antes de subir al club de lectura, una compañera, MR., me recomendó dos películas: Estación Termini, de Vittorio de Sica y El ángel azul, de Josef Von Sternberg. Las dos, como los domingos, me han gustado mucho. En la primera actúa Montgomery Clift, aquél íntimo de Elizabeth Taylor, que murió a los cuarenta y cinco años. La misma edad a la que murió Francisco Casavella. El próximo libro que tenemos que leer para el club es Lo que sé de los vampiros de Casavella. Un libro al que tenía ganas de hincarle el diente, así, en plan vampira, y que me regaló hace pocos meses mi tío C. La verdad es que quería leer cualquier libro de Casavella. No sé si saben que Francisco Casavella, en realidad no se llamaba Francisco Casavella, sino Francisco García Hortelano. Sus apellidos ya los tenía otro escritor, Juan García Hortelano, y Casavella, cuando todavía no era Casavella, y era muy jovencito, se interesó por ese señor que tenía sus mismos apellidos, y por eso se compró El gran momento de Mary Tribune. Le pareció tan grande el escritor, que por respeto a él decidió cambiarse los apellidos. Y así murió Francisco García Hortelano y  nació Francisco Casavella. Todo esto lo he leído en un artículo suyo, El gran momento, recogido en el libro Elevación, elegancia y entusiasmo. Artículos y ensayos (1984-2008). Un libro que recoge todos los textos de no-ficción de Casavella. Un libro que ya tenía en mi casa, porque como he dicho, a Casavella hace tiempo que quiero hincarle el diente. Pero cada lectura tiene su momento, y el momento de Casavella ha llegado ahora. Se preguntarán, ¿y por qué sabes que ha llegado ese momento? Y yo les contesto -imitando una escena de La pesca de salmón en Yemen- como le contesta y le sorprende con su respuesta Ewan McGregor (hombre científico, hombre-razón, hombre de poca fe) a Amr Waked (hombre espiritual, hombre de fe): PORQUE LO SÉ. Así, sin explicaciones. Porque no necesito de ellas. Como no necesita ese hombre de ciencia explicar por qué de repente, y en contra de todo su raciocinio, siente que un plan descabellado, un plan a todas luces imposible,  sin embargo, puede ser… puede que funcione… Porque sí. Porque sabe que es así.
 PORQUE LO SÉ.

        3. Ayer me llamó D. El viernes, mientras nosotros estábamos viendo La pesca de salmón en Yemen, ella y J. estaban en otra sala viendo la última de Tim Burton con Jhonny Depp: Sombras tenebrosas. Me alegra que D. me recomiende esta película, porque había perdido toda ilusión por ver a los dos trabajando de nuevo juntos.

        4. En casa de L. llené una bolsa con libros para mi sobrino y películas para ver de domingo a domingo: Dogville, El violinista en el tejado, El cazador, Perros de paja, Perdición, Cumbres borrascosas, Descalzos en el parque, Osama, El aura, Memorias de África, Enamorarse, La importancia de llamarse Ernesto. Como si los Reyes Magos se hubiesen presentado en pleno mayo, con treinta grados, en Madrid. Películas para ver por primera vez, y para volver a ver por no sé cuántas veces ya.

        5. Mi hermano esta semana me ha dejado toda la filmografía o casi toda de Stanley Kubric. Y mi madre me ha vuelto a hablar y recomendar el libro sobre Leonora Carrington. El libro que ha escrito Elena Poniatowska sobre la pintora surrealista, esa pintora que iba a contracorriente –como los salmones en Yemen –esa pintora a la que encerraron en un psiquiátrico en Santander, esa pintora que también escribía, esa pintora-escritora que estaba con Picasso, con Joan Miró, con Dalí…
¿Qué ganas, no?
La posada del Caballo del Alba (1936-1937),  autorretrato de Leonora Carrington
6. Recibí otra recomendación vía correo electrónico de un compañero de la Facultad: si puedes, lee a Thomas Hardy. En concreto: Jude el oscuro. En la Biblioteca he conseguido de Hardy, El alcalde de Casterbridge. Aunque ahora es el momento, PORQUE LO SÉ, de Francisco Casavella.
¡Buen domingo de posibilidades!
P.L.

sábado, 5 de mayo de 2012

El derecho a no terminar un libro.

Así empieza Yo,Claudio, de Robert Graves: Yo, Tiberio Claudio Druso Nérón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido por mis parientes, amigos y colaboradores como <<Claudio el Idiota>>, o <<Ese Claudio>>, o <<Claudio el Tartamudo>> o <<Clau-Clau-Claudio>>, o, cuando mucho, como <<El pobre tío Claudio>>, voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida.

Así empieza Yo,Claudio, la serie de televisión basada en las dos novelas de Graves, Yo,Claudio y Claudio el dios y su esposa Mesalina: Yo, Tiberio Claudio Druso Nérón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá, conocido no hace mucho tiempo por amigos y parientes como <<Claudio el Idiota>>, o <<el Tonto de Claudio>> o <<Claudio el Tartamudo>>, voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida.

El martes tenemos la reunión del club de lectura, y Yo,Claudio es el libro que trataremos. Empecé a ver la serie porque no podía más con la historia escrita por Graves sobre la Roma imperial. La Roma imperial contada a través del personaje Claudio (sí, él, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá) quien se convertiría más tarde –quién se lo iba a decir a todos los que se burlaban de él –en emperador. Lo intenté, hice un gran esfuerzo, llegué hasta la página 288 (me faltaban 273 para terminarlo) hasta que me dije, o yo, o él, él, él: Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá.

Respecto a la serie, no llegué ni a los treinta minutos. M. me dejó el viernes la serie entera. 650 minutos que me esperaban contenidos en 6 DVD. Ya lo tenía organizado: 2 el viernes; 2 el sábado; y mañana, domingo, los 2 últimos. Podría ver lo que se me resistía en la lectura. Imposible. Así que recordé los derechos imprescriptibles del lector que enumera Daniel Pennac en su libro Como una novela (un libro orientado a meter el gusanillo de la lectura en los más jóvenes):

  1. El derecho a no leer.
  2. El derecho a saltarse páginas.
  3. El derecho a no terminar un libro.
  4. El derecho a releer.
  5. El derecho a leer cualquier cosa.
  6. El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual).
  7. El derecho a leer en cualquier lugar.
  8. El derecho a hojear.
  9. El derecho a leer en voz alta.
  10. El derecho a callarnos.

Qué a gusto me quedé. Se me estaba poniendo ya cara acelgada con todos los líos de Livia, Augusto, Tiberio, Julia, Germánico y compañía. Qué culebrón. Cuántas batallas. Cuántos destierros. Y el miedo a ser envenenado. Y cuántos hermanastros. Vaya árbol genealógico. Y calculaba cuántas páginas tenía que leerme al día si quería terminarlo a tiempo. Y hacía divisiones. Y leía cuatro páginas más (que eran como cien de cualquier otro libro) y volvía a contar con los dedos -como hacíamos de pequeños- los días que me quedaban, y dividía de nuevo las páginas entre los días… Y pensé en el horror que sentirían los compañeros que no disfrutaban de La Celestina, ni del Lazarillo, ni de El guardián entre el centeno. O de cualquiera de los libros que nos mandaban leer en el colegio y en el instituto. Supongo que eran lectores potenciales que se quedaron ahí. Si me llegan a dar Yo,Claudio (el mismísimo Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá) creo que no hubiese vuelto a abrir un libro en mucho tiempo. Y no estaría aquí escribiendo un post sobre un libro-que-no-he-podido-terminar.

Para desquitarme, hoy me he ido al cine. He visto Martha Marcy May Marlene (2011), de Sean Durkin, y me ha maravillado la actuación de Elizabeth Olsen (ninguna de las gemelas que veíamos en Padres forzosos, sino una hermana de ellas). Copio la sinopsis de los Renoir, por si alguien no ha oído hablar de esta película y quiere saber de qué va: Martha, sumida en una gran depresión, vive en una granja de una comunidad en los bosques del estado de Nueva York que ayuda a personas con problemas psíquicos. La joven comprueba que la vida en la granja le agobia y la sobresalta debido a los métodos de Patrick, el líder. Se refugia en la casa de su hermana Lucy en Connecticut, donde vive con Ted, su marido. Pese a que es un entorno apacible y bello, Martha está presa de sus recuerdos en la granja y la complicada e inquietante relación con Patrick y sus continuos chantajes emocionales.


P.L.

martes, 1 de mayo de 2012

El paciente inglés y Madame Bovary. Adaptaciones libres, adaptaciones fieles.


Anthony Minghella, en unas declaraciones respecto a su película El paciente inglés (1996), basada en el libro de Michael Ondaatje, decía que finalmente decidió dejar a un lado el libro y partir de cero; tratar de reimaginar y reinventar esa historia y esos personajes y lo que él creía que les ocurría. Después de leer el libro de Ondaatje pensé que Anthony Minghella había hecho una adaptación muy personal y libre de él, y que sin ser fiel a la historia, había conseguido trasladar muy bien el espíritu de esa novela al cine.

Ayer vi la adaptación que hizo Claude Chabrol en 1991 del libro de Flaubert, Madame Bovary (el último libro que hemos leído y comentado en el club de lectura) y aunque parece que estás oyendo al narrador, escuchando parte de los diálogos que hace unos días disfrutaste en la lectura, viendo algunos de tus pasajes favoritos o situaciones que nos pareció oportuno destacar en el club, la película se queda en una simple elección de momentos de la obra. Como si vieses un resumen. Me pregunto qué les parecerá esta película a las personas que no han leído la historia. En la película de Chabrol, o rellenas con lo ya leído en el libro, o no tiene ni pies ni cabeza. Me ha interesado, sin embargo, todo lo que dice el director acerca de la obra de Flaubert, o lo que cuenta sobre cómo trabajó las escenas para intentar trasladar la esencia de su lectura a la pantalla. Dice: En Madame Bovary el punto de partida es haber querido ser absolutamente fiel a Flaubert. Lástima que a veces con las buenas intenciones no sea suficiente. Y se me ocurre, pensando en estas dos adaptaciones, la de El paciente inglés y la de Madame Bovary,  que al margen de si la adaptación trata de ser un fiel reflejo del  libro, o una adaptación más libre, lo mejor que puede decirse es que tiene razón de ser, que no depende ni necesita del libro para  tener sentido. Que en su mundo, el cinematográfico, tiene un lugar. Porque a veces olvidamos que son lenguajes diferentes, sin por eso negar las semejanzas que puedan tener.

Hay en el libro una escena en la que Emma Bovary está bailando con un caballero (que no es su marido) en un día que más tarde dirá que es el más bello de su vida (y no el día en el que se casa, ni el día en el que conoció a Charles Bovary, como tampoco será, más tarde, el día que nace su hija, ni todos esos días –la mayoría de ellos –en los que tiene que interpretar a una ejemplar madre y esposa) y estás leyendo y las palabras de Flaubert te dan vueltas, y vueltas, como si no sólo te estuviese describiendo la escena de ese baile, sino que te permitiese, durante unos instantes, gracias a su prosa, estar ahí, en esa sala,  girando y girando, sintiendo esa dicha en forma de sensualidad,  y teniendo que buscar en la lectura de ese fragmento un punto final, como Emma tendrá que apoyarse, después de dar vueltas y más vueltas, primero en el pecho de él, el vizconde, y luego en una pared para no desmayarse. Sientes leyendo ese mareo que siente Emma bailando, respirando, saliendo de esa asfixia que le oprime en su casa. Pero en la película ves sólo unas faldas rozándose con otras, a muchas parejas deslizándose por la misma sala, a Emma (interpretada por Isabelle Huppert) dejándose llevar por ese joven apuesto. Pero tu pulso ni se inmuta. Se trata de un baile más.

 Nos facilitaron Madame Bovary traducida por Consuelo Berges, y con una introducción que es el primer capítulo del ensayo La orgía perpetua, un estudio de Mario Vargas Llosa sobre el libro de Flaubert. Madame Bovary, nos cuenta Vargas Llosa, es la obra que más veces ha leído. La obra que más le ha emocionado. Y el libro, no sé si exagerando o no, que le ha salvado en alguna ocasión. Dice que leyendo el suicidio de nuestra Madame, esa muerte por arsénico, lleno de dolor, de sufrimiento, que Flaubert describe tan bien, a él se le quitaron las ganas de intentarlo. Pero yo prefiero terminar este post con el baile:

Comenzaron despacio, después bailaron, más de prisa. Daban vueltas y más vueltas, y todo giraba en torno a ellos: las lámparas, los muebles, las paredes y el suelo, como un disco sobre un pivote. Al pasar cerca de las puertas los bajos del vestido de Emma se pegaban al pantalón del vizconde; las piernas del uno se introducían entre las del otro; el vizconde bajaba los ojos hacia Emma y Emma alzaba los suyos hacia el vizconde; la iba dominando una especie de sopor; se paró. En seguida siguieron bailando, y el vizconde, arrastrándola, desapareció con ella hasta el extremo de la galería, donde Emma, jadeante, estuvo a punto de derrumbarse y, por un momento, apoyó la cabeza sobre el pecho del caballero. Y después, dando vueltas de nuevo, pero más despacio, el vizconde la acompañó a su sitio; Emma se apoyó contra la pared y se tapó los ojos con la mano.
P.L.