viernes, 25 de octubre de 2013

La historia de mi máquina de escribir, de Paul Auster.

La historia de mi máquina de escribir, Paul Auster.
Editoria Seix Barral, 2013.
Ilustraciones de Sam Messer.
Tapa dura.64 páginas.12,95 Euros.

            Utilizo el teclado de mi ordenador portátil Toshiba para escribir una entrada sobre el libro de Paul Auster La historia de mi máquina de escribir, escrito por el autor –cómo no –con la misma máquina a la que se refiere el título y que encontramos retratada por Sam Messer en la portada: una Olympia
           
            En el año 2000, la Olympia y Auster cumplieron veintiséis años de relación, y si las cincuenta cintas que compró el escritor para la máquina, en su papelería de Brooklyn –preocupado por si se quedaba sin las cintas, por si se extinguían – le siguen durando, entonces cuando escribo este post, ellos llevan ya 39 años de convivencia. Una relación que se remonta al año 1974, cuando un antiguo compañero de la Facultad se la ofreció en un momento en el que Auster no tenía dinero para hacerse con una. Desde entonces la máquina de escribir Olympia le ha acompañado a todas partes, y ha seguido en pie sin apenas quejarse por nada (un gritito al arrancarle el hijo de Auster la palanca de retroceso del carro, cambios de cinta, alguna cicatriz, abolladuras…), y sobreviviendo a la llegada –que se quitó del medio a tantas y tantas máquinas de escribir –de los ordenadores. Yo empecé a  parecer un enemigo del progreso, el último pagano aferrado a las antiguas costumbres en un mundo de conversos digitales. p.28-29.


            Esta  Olympia podríamos decir que es una más de la familia –alguien más y no algo –gracias a los retratos que ha hecho de ella Sam Messer, que en cuanto la vio en la casa del escritor se enamoró. Unos retratos que luego le sirvieron a Auster para hacerse más consciente de ella. Nos cuenta: Los cuadros están ejecutados con brillantez, y me siento orgulloso de mi máquina de escribir por haberse constituido en tan valioso tema pictórico, pero al mismo tiempo Messer me ha obligado a ver de otro modo a mi vieja compañera. Aún me encuentro en pleno proceso de adaptación, pero, ahora, siempre que contemplo esos cuadros (tengo dos colgados en la pared del cuarto de estar), me resulta difícil pensar en mi máquina de escribir como un eso. Sin prisa pero sin pausa, eso se ha convertido en ella. p.42.

            Y mientras leemos la historia que ha escrito Auster sobre su vieja amiga y contemplamos las ilustraciones que la acompañan de Messer, empezamos a sentir que esa máquina tiene vida propia.

            Y nos acordamos de una frase de La montaña mágica de Thomas Mann: aquella pieza, que pasaba de generación en generación sin que el tiempo pasase por ella. Y se nos ocurre que quizá esa máquina –como la radio de mi abuela, o los cuatro pequeños volúmenes de El Quijote de mi abuelo –también pase de generación en generación; y seguramente nosotros nos iremos antes que esa radio, que ese Quijote, y que esa máquina de escribir que seguirá ahí cuando ya no estemos, aunque no sabemos si sirviendo con sus teclas para contar otras historias o bien observando toda silenciosa desde algún desconocido lugar.


            Pero sí –y discúlpenme esta debilidad - a veces una cree que ellos tienen vida propia.
 Patricia L.D. 
           
Paul Auster ya apareció por este blog.
            Sam Messer ha expuesto sus pinturas desde 1983. Sus obras se encuentran en numerosos museos y colecciones privadas de todo el mundo, entre ellos el Museo Whitney de Arte Americano y el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Su libro anterior, One Man By Himself: Portraits of John Serl, fue publicado por Hard Press en 1995. Vive en Santa Mónica, California, con su hija, y enseña en la Universidad de Yale. 

sábado, 12 de octubre de 2013

CAMINAR, de Henry David Thoreau.

(…) como si las piernas se hubieran hecho para sentarse y no para estar de pie o caminar, Henry David Thoreau.

 En el  post dedicado al libro de Robert Walser, Diario de 1926, comenté que me gustaría leer sobre el arte de pasear y buscar personajes (ficticios y no ficticios) que le diesen a las piernas. Desde aquella entrada hasta hoy, me han recomendado ya unos cuantos libros. Entre ellos no estaba Caminar de Henry David Thoreau. Caminar llegó en uno de esos paseos tan ramificados que hacemos por Google. Descubrí este breve ensayo y también un artículo en la revista Caimán Cuadernos de Cine (julio-agosto 2013) de Carlos Losilla dedicado a la maravillosa trilogía del director Richard Linklater: Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013).

            Sus protagonistas Jesse y Céline (Ethan Hawke y Julie Delpy) sin duda podrían ponerse en aquel collage que iba/voy a hacer de personajes paseantes, junto a Henry David Thoreau, mi abuelo, Robert Walser y Wordsworth: Cuando un viajero pidió a la criada de Wordsworth que le mostrase el estudio de su patrón, ella le contestó: <<Ésta es su biblioteca, pero su estudio está al aire libre. (p.13)


 William Wordsworth (1770-1850)
         
   Y empiezo  con el primer párrafo de Carlos Losilla:

            Pasear también puede ser un acto de subversión. Mientras paseamos, preferiblemente sin rumbo fijo, no trabajamos, no producimos, no consumimos. Rompemos el circuito mágico del capitalismo. Nos negamos a obedecer las reglas. Y, como mucho, podemos hablar con otro, con otra. Charla también insustancial, que no aporta nada a la gran maquinaria económica.


            Fotograma de Antes del amanecer

Del mismo modo que en la primera parte de esta trilogía nos encontramos a Jesse y Céline deambulando por las calles de Viena sin prisas y  sin ningún objetivo concreto, sin aportar nada a la gran maquinaria económica, Henry David Thoreau (1817-1862) camina desviándose hacia los bosques sabiéndose y sintiéndose al margen de los trayectos prefijados e impuestos por la sociedad: Las carreteras se han hecho para los caballos y los hombres de negocios. Yo viajo por ellas relativamente poco, porque no tengo prisa en llegar a ninguna venta, tienda, cuadra de alquiler o almacén al que lleven. Soy buen caballo de viaje, pero no por carretera. El paisajista, para indicar una carretera, usa figuras humanas. La mía no podría utilizarla. Yo me adentro en la Naturaleza, como lo hicieron los profetas y los poetas antiguos, Manu, Moisés, Homero, Chaucer. (p.18)


            A la par que apuesta por pasear por otros caminos alternativos, alejados de los perfectamente señalizados y estratégicamente orientados por las cercas, también apuesta por un pensamiento salvaje frente a otro domesticado: Así como el ganso silvestre es más rápido y más bello que el domestico, también lo es el pensamiento salvaje, pato real que vuela sobre los pantanos mientras cae el rocío. (p.39).
            Dadme por amigos y vecinos hombres salvajes, no hombres domesticados. (p.43)

            Caminar es un alegato hermoso del paseo, del pasear que es en sí mismo la empresa y la aventura del día, del despreocuparse (dejando a un lado el gran número de ocupaciones diarias), aunque reconociendo también que no siempre es tarea fácil: En el paseo de la tarde me gustaría olvidar todas mis tareas matutinas y mis obligaciones con la sociedad. Pero a veces no puedo sacudirme fácilmente el pueblo. Me viene a la cabeza el recuerdo de alguna ocupación, y ya no estoy donde mi cuerpo, sino fuera de mí. Querría retornar a mí mismo en mis paseos. ¿Qué pinto en los bosques si estoy pensando en otras cosas? Sospecho de mí mismo, y no puedo evitar un estremecimiento, cuando me sorprendo tan enredado, incluso en lo que llamamos buenas obras… que también sucede a veces. (p.15).

            Sabemos que a Céline y a Jesse también les llegará el momento (que no es un momento concreto, señalable en un calendario) en el que ya no puedan desviarse, mantenerse al margen de todo aquello que antes aborrecían; momento  en el que ya habrán tenido que  hacer concesiones y seguramente muchos nos sintamos por eso mismo más cerca de ese pasear de Céline y de Jesse que transcurre por Viena, París o por una pequeña ciudad de Grecia que por los que daba Thoreau por los frondosos bosques; no obstante, en ambos paseos, tanto en el de la pareja como en el de Thoreau, apreciamos y se nos contagia, a pesar de las concesiones, a pesar de la dificultad para quitarnos de encima otras cosas, cierto espíritu de rebeldía que nos invita a pasear y perdernos siempre que podamos por las calles del pueblo o de la ciudad, y a dejarnos sorprender todavía por esos callejones que habíamos olvidado por el simple hecho de no haberlos recorrido jamás.

            Igual que empecé, termino con un párrafo del artículo de Carlos Losilla y a continuación con otro de Thoreau y una breve biografía (de la contraportada del libro):
            Y esa circulación constante entre unos pocos cuerpos que rechazan el orden imperante para construirse otro que compartir, es quizá una alternativa a la realidad, una ficción otra, un posible inicio para la revolución.
            Pues seguramente la revolución empieza en la ficción, que no es otra cosa que pensar alternativas para la vida. Carlos Losilla.

            Espero que seamos más imaginativos, que nuestros pensamientos sean más claros, más frescos y etéreos, como nuestro cielo; nuestros conocimientos más amplios, como nuestras praderas; nuestro intelecto, en términos generales, de una escala mayor, como nuestros truenos, nuestros relámpagos, nuestros ríos, montañas y bosques; e incluso que nuestros corazones se correspondan en amplitud, profundidad y grandeza con nuestros mares interiores. p.29

        
    Henry David Thoreau (1817-1862). Ensayista, topógrafo, disidente nato y maestro de la prosa, su auténtico empleo fue, según él se ocupó de recordar, “inspector de ventiscas y diluvios”. Su nombre ha llegado hasta nuestros días ligado a dos libros capitales para el pensamiento individualista y antiautoritario: Ensayo sobre la Desobediencia Civil (1849) y Walden, o la Vida en los Bosques (1854). Caminar (Walkig) fue, sin embargo, en vida de Thoreau, su obra más popular. Concebida como conferencia, y leída en numerosas ocasiones, sólo se llegó a publicar póstumamente. Es, sobre todo, una defensa de un “pensamiento salvaje”, que arroje sobre nuestra conciencia una luz más parecida a la de un relámpago que a la de una vela. Su ironía y el rumbo de vagabundeo que por momentos toman sus reflexiones, hacen de la lectura de este libro algo tan tonificante como un paseo de buena mañana. Y no hace falta que Thoreau nos recuerde que “el aburrimiento no es sino otro nombre de la domesticación.”


Patricia L.D.