martes, 22 de septiembre de 2020

La vida simple, Sylvain Tesson

 
La vida simple, Sylvain Tesson
Alfaguara, 2013
Traducción: César Aira
240 páginas
 
 

Sylvain Tesson (París, 1972), escritor y viajero, decidió  realizar un viaje  que a diferencia de los anteriores le obligase a quedarse largo tiempo en un mismo lugar. Para ello eligió una cabaña al norte de la reserva natural de Baikal-Lena, en el sur de Siberia. Duración: Seis meses. Cada mes da lugar a un capítulo: Febrero-el bosque. Marzo-el tiempo. Abril-el lago. Mayo-los animales. Junio-los llantos. Julio-la paz. Seis meses en los que irá anotando en el diario su experiencia allí. Como sabía ya antes de marcharse que iba a pasar mucho tiempo en la cabaña y que habría momentos de vacío, se equipó de un buen surtido de textos, p.26: cuando uno desconfía de la pobreza de su vida interior, hay que llevar buenos libros: con ellos siempre se podrá llenar el vacío. La lectura de esos libros dará lugar a reflexiones que se mezclarán con lo que él vive en ese entorno. Aparte de su adorado Walt Whitman, y un sinfín de escritores,  están algunas guías naturalistas que le servirán para aprender los nombres de pájaros, plantas e insectos y así, al nombrarlos, de algún modo dar las gracias a todo lo que le acoge durante ese tiempo. Nombrar a cada ser que le recibe como muestra de  cortesía. En  este bosque aprenderá a disfrutar, gracias a la soledad y del tiempo del que dispone, del goce de las cosas. Lo que no sé si para descubrir esto es necesario marcharse a un lugar lejano y con ciertas condiciones un tanto extremas: como esas bajas temperaturas que sobrelleva con una estufa de hierro bien alimentada de leña, y el suplemento para el cuerpo de sorbos de té  y litros de  vodka. Eso sí, el escenario es más llamativo por diferente.

Su objetivo: Simplificar la vida. Sobriedad. Dejar todas las demandas de la ciudad aparcadas, olvidarse del resto del mundo y dedicarse a la contemplación y a las actividades esenciales como tener calor, comida y bebida. Sylvain Tesson ni es el primero ni será el último, sólo otra variación del personaje cansado de todo que decide retirarse, y demostrarse que es posible  vivir de otra manera. P.36: Leer, sacar agua, cortar leña, escribir y servirse té se vuelven liturgias. P.40: El lujo del ermitaño es la belleza. Su mirada, dondequiera que la pose, descubre un esplendor absoluto.

La figura que cree encarnar Sylvain es la del ermitaño,  que se mantiene aparte, en un amable rechazo. Se parece al convidado que, con un gesto suave, rechaza un plato. Si la sociedad desapareciera, el ermitaño proseguiría su vida de ermitaño. El ermitaño no se opone, se casa con un modo de vida. No denuncia una mentira, busca una verdad. Es físicamente inofensivo y se lo tolera como si perteneciera a un orden intermedio, una casta media entre el bárbaro y el civilizado, pp.126-127. A diferencia de un místico que trata de desaparecer, el ermitaño lo que quiere es reconciliarse con el mundo. Regresar a una vida más sencilla, sin el constante flujo de estímulos que tiene en la ciudad y que al ser absorbido por ellos  le impiden el goce de lo simple. P.40:  La cabaña es un laboratorio. Un alambique donde precipitar los deseos de libertad, de silencio y soledad. Un campo experimental donde inventarse una vida a marcha lenta. Los animales, el viento, el sol, las tormentas, las relaciones con unas pocas personas en las que no es obligatorio estar diciendo algo constantemente…

Sylvain Tesson, será un ermitaño durante seis meses, apartado de la sociedad en la que vive, para luego volver a ella y publicar su experiencia, que consiste en contrastar lo que allí ha vivido con lo que se vive en la urbe. Un tiempo lento frente a un tiempo frenético. Un mundo que te exige contestar a todas sus llamadas y preguntas frente a otro en  el que predomina  el silencio sin apenas interlocutores. Un borrarse temporal para luego hacerse otra vez visible. ¿Contradicciones?: lo valiente sería mirar las cosas a la cara: mi vida, mi época y lo demás. La nostalgia, la melancolía, la ensoñación dan a las almas románticas la ilusión de una huida virtuosa. Pasan por medios estéticos de resistencia a la fealdad, pero no son más que la máscara de la cobardía. ¿Qué soy? Un cobarde, abrumado por el mundo, recluido en una cabaña en el fondo de los bosques. Un poltrón que se alcoholiza en silencio por no atreverse a asistir al espectáculo de su época ni visitar su conciencia caminando por la playa. P.153

Ya casi al final,  p.226: es bueno saber que en un bosque del mundo, allá lejos, hay una cabaña donde algo es posible, situada no muy lejos de la dicha de vivir, y recuerdo El libro de la almohada, de Sei Shonagon, un diario en el que esta escritora japonesa del siglo X iba anotando las pequeñas cosas de la vida, esas que suelen pasar desapercibidas hasta que  las encontramos atendidas por alguien que sí tuvo la delicadeza necesaria para apreciarlas, y a las que supo darle palabras. Pienso también en muchos gestos, en muchas personas con las que afortunadamente nos encontramos día tras día en las calles por las que transitamos: quiero creer que LO POSIBLE ESTÁ AHÍ. Que por mucho que nos apetezca en algunos momentos escapar, mejor que nuestra mirada no quede recluida en ninguna cabaña remota; que sepa encontrar esa dicha de vivir, aquí y ahora y entre todos. Por lo menos hay que seguir intentándolo.

Patricia L.D.

 
Esta entrada también fue publicada en el blog colectivo A leer que son dos días.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Caminar, por William Hazlitt y Robert Louis Stevenson.


 
Nórdica Libros, 2018
Traducción: Enrique Maldonado Roldán
Ilustraciones: Juan Palomino
Prólogo: Juan Marqués
Páginas: 112
16,50 Euros.
 

Caminar recoge dos textos de dos grandes caminantes: De las excursiones de a pie, de William Hazlitt (Maidstone, 1778-Londres, 1830) y Caminatas, de Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850- Vailima Upolu, Samoa Occidental, 1894). Dos ensayitos de dos personas que elogian –sin ninguna grandilocuencia- el placer de caminar a solas, incluso en el caso de Hazlitt, de dejarnos también a nosotros mismos, durante ese tiempo, un poco olvidados. De ahí que si hay algún encuentro en nuestra salida, mejor que sea con un desconocido que con un amigo. Alguien que no sepa nada de nuestra vida ni nosotros de la suya, y de esta manera, dejarnos ser, sin más. Hazlitt, pp.49-50: No asocio nada a mi compañero de excursión, sino los objetos presentes y los acontecimientos del momento. En su ignorancia de mí y de mis asuntos, de algún modo hace que me olvide de mí mismo.  

En estas excursiones a pie todo lo que implica la ciudad se olvida. Como Stevenson olvida en su caminar el reloj, el paso de las horas, el tic tac dichoso, tan incorporado en nuestra rutina. Menciona al poeta Robert Burns (1759-1796) y cómo éste al pensar en los placeres pasados, recordaba especialmente aquellas horas en las que se hallaba <<pensando felizmente>>. Un pensar feliz que al parecer de Stevenson sería difícil de comprender por el hombre moderno constreñido a todo su alrededor por relojes y campanas, y perseguido, incluso por la noche, por encendidas esferas numeradas, p.97. Me he apuntado esa idea del pensar feliz porque atrapa muy bien el ánimo con el que una se encuentra cuando sale a caminar por el campo. Esos días en los que no hay relojes de por medio- ¡tengo prisa! ¡tengo prisa! – parecen estirarse, medidos como señala Stevenson, únicamente por el hambre y por el sueño. Y por cierto, que qué bien sabe todo lo que aparece en el plato después de una caminata, y qué gusto al tumbarse en la cama.

<<Pensar feliz>>. También aparece en Hazlitt, p. 48-49: estas horas son sagradas para el silencio y la meditación, para ser atesoradas en la memoria y alimentar en adelante la fuente de pensamientos felices.  <<Pensar feliz>>: tanto al caminar como al leer los dos textos que nos ocupan. Los libros que he leído sobre la melancolía están escritos todos bajo el embrujo de ésta; de la misma manera, al leer a Stevenson como a Hazlitt sobre el caminar, en estas páginas tan bien iluminadas por las ilustraciones de Juan Palomino, sentimos que están llenas de un pensar alegre, provocado por eso mismo de lo que hablan. Una alegría que seguramente traslucía en ese amigo de Stevenson que fue tomado por un lunático sólo porque brincaba al caminar como un niño. De los beneficios del caminar en todos los sentidos también se han publicado algunos libros, pero si ya tienen la costumbre de echarse a la espalda la mochila y salir a caminar, lo sabrán sin más. Sentirse como un niño puede que tenga que ver con lo que dice Hazlitt, p.50: perder nuestra importuna, tormentosa e imperecedera identidad personal en los elementos de la naturaleza y convertirse en criatura del momento (…) Dejamos de ser esos trillados lugares comunes que parecemos ante el mundo.

Nadie mejor que el propio Stevenson para  animarles a leer el texto de Hazlitt, p.85: De las excursiones a pie, un texto de tanta calidad que tendrían que penar con un impuesto a todo aquel que no lo haya leído.

Lean y caminen, tendrán pensamientos felices como los de  Hazlitt y Stevenson.

Patricia L.D.

 


Este texto también fue también publicado en el blog colectivo A leer que son dos días.