domingo, 31 de octubre de 2021

LOS AUTONAUTAS DE LA COSMOPISTA o UN VIAJE ATEMPORAL PARÍS-MARSELLA

 

Fotografías recogidas en el libro

En Los autonautas de la cosmopista o Un viaje atemporal París-Marsella, Carol Dunlop y Julio Cortázar nos cuentan un viaje que hicieron en su Volkswagen roja, bautizada con el nombre de Fafner, por la autopista París-Marsella durante un mes. Decidieron que ya no había que perder el tiempo en obligaciones banales, en todo aquello que si una lo piensa detenidamente, no significa nada, pero que si nos descuidamos un poco, puede llegar a ocupar prácticamente toda una vida, como le pasó a Iván, el personaje de esa novelita tan maravillosa que es La muerte de  Iván Ilich, de León Tolstói (Julio Cortázar consideraba esta nouvelle una de las mejores historias que había leído).

 En su diario de ruta escriben Carol y Julio: no vivir su vida en lo que tiene de más real es un crimen, no sólo con respecto a uno mismo, sino a los otros. Carol & Julio son los autonautas de la cosmopista  y también unos utopistas. Ellos se embarcan en esa autopista para construir la suya propia, una paralela a la que recorren a toda velocidad los coches. Deciden ir a otro ritmo, sin prisa: parando en cada uno de los paraderos que hay en todo el trayecto. Solo unos pocos kilómetros al día, quince o veinte minutos de carretera en su ya viejo dragón rojo Fafner. 

En su viaje encontrarán de todo. En algunos paraderos les encantaría  pasar más días, en otros marcharse inmediatamente, pero como buenos exploradores lúdicos, siguen unas reglas –una de ellas es dos paraderos por día –e intentan saltárselas lo menos posible: no trampear más de la cuenta. Allí viven sus aventuras con los que se les acercan curioseando, con los perros y niños más asilvestrados, con la naturaleza que se encuentran traspasando alguna valla.

Dejaron algunos testimonios fotográficos de esta aventura. De Julio y Carol haciendo de una simple autopista un mundo alterno, lleno de posibilidades; a veces les vemos trabajando con sus máquinas de escribir, otras divertidos, como la de Julio con un cono de tráfico sobre la cabeza, con amigos que les visitaron para llevarles algo de comida, para conversar, para pasar el rato. Me quedo con unas palabras de ánimo que no vienen nada mal para todos los que busquen aventuras paralelas a las de ellos: con la esperanza, oh paciente acompañante de estas páginas, de que nuestra experiencia te haya abierto también algunas preguntas, y que en ti germine ya el proyecto de alguna autopista de tu invención.

¿No estaban creando los dos con su escritura una autopista que nos pondría en contacto aquí y ahora con ellos?

Lo que en estos días cuenta más para nosotros, la BBC de Londres que hora tras hora nos da su versión de la guerra de las Malvinas. Y de esa guerra, ya se habrá comprendido, no queremos ni podemos escaparnos.

            Cuando usted lea esta página, las noticias de esta tarde serán ya un mero gajito en la inmensa naranja del tiempo, cosas y cosas habrán sucedido. Otra guerra arderá en otros horizontes, etcétera.

Quién sabe, igual dentro de años y años alguien entre a este blog y lee este pequeño post: y otros virus pulularán en otros horizontes, etcétera.

Mientras tanto, sigamos buscando/creando alternativas.


Patricia L.D. 

miércoles, 27 de octubre de 2021

Un tren y una fábrica de chocolate

¿Quieres decir que nunca te he hablado del señor Willy Wonka y de su fábrica?

Charlie y la fábrica de chocolate, Roald Dahl

 

 

En 1895 se pone en marcha la Historia del Cine con la proyección de diez películas de los hermanos Lumiére, y con dos de sus títulos puede resumirse la entrada en la modernidad de la historia de la Villa de El Escorial: La llegada del tren y La salida de los obreros de la fábrica.

La llegada del tren

Tres siglos después de que Felipe II merodease por El Escorial en busca de un lugar donde plantar su Monasterio, unos empresarios españoles y de varias nacionalidades europeas, constituyen La Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, con el objetivo de construir el tendido ferroviario que uniría Madrid con Irún.

 El 9 de agosto de 1861, en la  prácticamente despoblada aldea, se inaugura la estación de tren de El Escorial, introduciendo la industria en la vida de los pocos campesinos y ganaderos que la habitaban. No cuesta imaginárselos en el andén, como el personaje Vienna de Johny Guitar, esperando a que llegase el tren para poner un pie en el futuro.

La fábrica de chocolate

Llegó el tren y con él la primera construcción: la azucarera refinadora, puesta en marcha en 1865 por Rafael Taboada y de la que no se sabe si llegó a refinar nada, cerrándose en 1874 por problemas financieros. Es entonces cuando aparece el ya afamado chocolatero Matías López y López (Sarria 1825- Madrid 1891)  interesándose por ella; en ese año estaba buscando un edificio que estuviese bien comunicado con Madrid y otros lugares de España, lo suficientemente amplio para abastecer la demanda de sus populares chocolates, con sus cilindros, mezcladoras y refinadora. Además necesitaba espacio para crear alrededor instalaciones accesorias, como las viviendas para los trabajadores, atención médica, escuelas, jardines y la cooperativa que fundaría de alimentación de obreros –la cope la  llamaban todos– para que obtuvieran los alimentos a un precio más bajo.

 El chocolatero gallego llegó a los quince años a Madrid, y ahora con experiencias, medallas y un montón de ideas, llega a la estación de El Escorial donde se encuentra con un pueblo de apenas doscientos habitantes.

Empezaron a aparecer familias de todas partes y en 1875 ya está la fábrica de chocolate funcionando. A lo largo de la década de 1880, la industria escurialense expende  unos 7360 kilos de chocolate diarios. Quizá de ahí el título tan evocador –casi tanto como Qué verde era mi valle, de John Ford– del catálogo del historiador  Gregorio Sánchez Meco, Cuando El Escorial olía a chocolate: un catálogo que surge a raíz del Taller de Historia de El Escorial que se realizó hace años, con el objetivo de traer al presente el pasado vivido por los mayores.

Cuentan que de ese curso salió mucha información, como salían bombones, tabletas y otros dulces en su día, y entre  conversación y conversación siempre se colaba la fábrica de chocolates de Matías López, acordándose entre todos los vecinos la recuperación de recuerdos –a través de historias contadas, objetos, fotografías, carteles, etc.– con el fin de elaborarlos, difundirlos y no perderlos. Ese catálogo  es el que me ha permitido hacer esta breve excursión al pasado. Pueden consultarlo en las bibliotecas municipales de El Escorial y de San Lorenzo de El Escorial.

Los gordos y los flacos

Con el tren y la fábrica también llegó el mundo de la publicidad, con Antes y después del chocolate Matías López, obra del pintor madrileño Francisco Javier Ortego y Vereda, conocido por sus mordaces críticas a la corona,  del que Matías López era gran admirador. Se trata del primer cartel destinado a la promoción de un producto en este país. Un cartel por el que Ortego y Vereda cobró ocho pesetas. A partir de 1875 la marca incorporó dicho cartel al producto que fue bautizado por los consumidores como Los gordos y los flacos.

En 1891, tras la muerte de su fundador, la dirección de la fábrica pasó a manos de sus herederos. Fueron varios los problemas que atravesó en los siguientes años, y poco a poco fue decayendo y perdiendo su prestigio y actividad, cerrando finalmente en 1962. Hasta esa fecha, muchas personas fueron las que entraron como aprendices y no se fueron hasta su jubilación.

En el 2014, un tataranieto del fundador recuperó el producto. Hace tiempo todavía podían comprarse las chocolatinas en la pastelería Delys de El Escorial y  en La Carpetana de San Lorenzo de El Escorial.

Pastillas y bombones, ¡cuántas emociones! ¡cuántos recuerdos! ¡cuánto cariño tuvo mi gente a su fábrica!

Patricia L.D.