domingo, 23 de mayo de 2021

ELOGIO DEL BANCO



Aun sabiendo que todo perece,

debemos construir en granito

nuestras moradas de una noche

Nicolás Gómez Dávila

 

Me gusta pasear y encontrarme con personas que porque sí, se sientan en un banco. Se permiten detenerse, demorarse y admirarse todavía por las cosas que tienen a su alrededor. Se detienen para detener el mundo o para ponerlo en marcha de otra manera. Para abrirse, si surge, a la confidencia y a la intimidad. Frente a las prisas, las distancias y lo utilitario: la lentitud, lo próximo y gratuito.

En un documental sobre Jim Jarmusch una voz introduce  su filmografía así:

            Una calle vacía

            Una silueta solitaria

            Alguien que espera

            Un diálogo que se rompe

            Un suspiro, una mirada, una risa desencajada

            El silencio

Podrían ser las líneas escritas por cualquier transeúnte que sufre lo que llamaré simpatía por los bancos, que las  anota sin más en su memoria o quizá en una libreta a modo de poema. ¿Para qué?, preguntarán los pragmáticos; a lo que ella o él contestará: para nada, me ha venido en gana.  Como le ha venido en gana tomar asiento. También podrían ser esas líneas sobre las películas de Jarmusch las escritas por un personaje suyo, Paterson, un conductor de autobús y poeta, inspirado en el poeta, pediatra y ginecólogo William Carlos Williams (1883-1963).

Paterson (2016), Jim Jarmusch


Escribe Olga Muñoz Carrasco, en William Carlos Williams o la presencia del mundo: la poesía de Williams se nutre pues, como la del conductor en la pantalla, de la experiencia ordinaria del mundo. Sus versos registran objetos, paisajes o personas sin intromisiones, en una tentativa radical de reconocimiento a través de su realidad objetiva.

Podría dedicarme a hacer un Paterson/WCW y registrar los bancos con los que me voy encontrando. Los buscaría para ver dónde están situados, qué vistas tienen, si invitan a relacionarse con otros o a estar sentados solos, si son cómodos, si los habitan personas mayores, niños, un grupo de amigos o familias. ¿Por qué después del confinamiento de tres meses precintaron los bancos como si fueran armas explosivas y sin embargo podías sentarte en una terraza?

Los bancos no son los que más promueven el consumo, como tampoco  el caminar sin rumbo fijo. Charlar con otros, jugar, leer, sorprenderse con los encuentros, dejar pasar el tiempo mientras éste deja –casi imperceptiblemente– un resto en nuestro cuerpo. Algunos lo llaman tiempo perdido. Otros tiempos muertos. Esos momentos que a menudo en una novela o en un guión se despachan con una elipsis.

Leo –en mi banco –a  Hugo Mujica, en La carne y el mármol: no tenemos un cuerpo, somos corporales o más aún, lo estamos siendo y haciendo. Lejos de ser un sustantivo, la corporeidad es verbo: es el incorporar, corporizar vivencias que se van plasmando carne, huellas, latidos… unidad psicofísica que genera al que soy.

Una manera de estar con los otros que constituye  los cimientos –bien asentados en una pieza de madera, de granito o de metal –para levantar un entre sólo posibilitado en la medida que nos apartamos de la vorágine de tantas inercias, ruidos, pantallas y sobreinformaciones que, si nos descuidamos, nos pasan por encima. Y no queremos cuerpos apisonados.



Sloterdijk cuenta en su primer volumen de Esferas, cómo la existencia del feto en el seno materno sería insoportable sin una capacidad para desatender la cantidad de ruidos que le llegan, como pueden ser los provocados por la digestión de la madre o los sonidos del corazón, que para él serían equiparables a los de una obra en la que se trabaja noche y día o a la de un bar lleno de gente hablando. Quizá tendríamos que recuperar –si es que la hemos perdido –esa  capacidad para discernir tonos.

Seguir el consejo de Jane Jacobs en Vida y muerte de las grandes ciudades: mirar y escuchar las ciudades reales; fijarnos en lo que nos rodea. Aunque sea un simple banco. Y dejarlo latir, porque de ese latido quizá dependa nuestro bombeo.


Si hay un fondo ético en la tarea estética es justamente por ese motivo: todo lo que hagamos por aumentar el número de lugares hospitalarios, de lugares en donde se pueda respirar, en donde se pueda transitar, entrar y salir sin necesidad de identificarse, todo lo que hagamos será poco.

Nunca fue tan hermosa la basura, José Luis Pardo.

PATRICIA L.D.

 

 

sábado, 22 de mayo de 2021

ESTELA DE LIBROS

 


Una de las mejores noticias que nos podían dar: las Bibliotecas Públicas de El Escorial y de San Lorenzo de El Escorial, están  ofreciendo desde hace algunos meses el préstamo intercentros. Un servicio que permite a los usuarios solicitar libros desde estas bibliotecas a otras. Si quieres leer un libro que no tienen en tu biblioteca más cercana, y por ejemplo, sí lo tienen en la de Torrelodones o Alpedrete, se encargan de traértelo. En unos días el libro llega, te avisan y vas a por él. Lo más parecido a escribir una carta a los Reyes Magos.

 Yo lo estrené con un libro descatalogado de Peter Handke, Ayer, de camino: anotaciones de noviembre de 1987 a julio de 1990. Un libro del que solo hay dos ejemplares; uno en la Regional de Madrid Joaquín Leguina, no prestable a domicilio, y el que ya está sobre mi mesa, que ha llegado de la Municipal de Robledo de Chavela. Ahora mismo siento como si tuviera un animal en extinción en casa, al que tendré que cuidar durante un mes.

Me gusta pensar en este servicio público como un organismo vivo. Desde que me pongo  en marcha para recorrer el kilómetro y medio que me separa de  la Biblioteca de San Lorenzo, o los dos y medio que tengo hasta la de El Escorial, para luego pedir el papel y rellenar la solicitud. Más todo lo que esos movimientos generan: el movimiento de las bibliotecarias, la petición llegando a su destino, la bibliotecaria de allí que va a buscar el libro en la estantería, empaquetarlo, enviarlo: y entonces todos esos libros, ya en circulación, atravesando Madrid. Esa estela que habrá en estos momentos de miles de páginas de un lugar a otro, quizá cruzándose en algún punto esa autora con aquella otra, haciendo su recorrido para llegar a las manos de esa persona que, un poco más tarde, bien en la sala de lectura o bien en su casa, les dará también voz. Imagino todas esos pasos  dibujados en un mapa mental, como si fueran los Trazos de una Canción de los que nos habló  Bruce Chatwin.

No quiero imaginar el día que todo eso desaparezca: el día en el que el libro sólo obedeciese a un clic. Todavía asocio al libro a lo tangible, no sólo por su materialidad, sino por ese ponerse en camino, que me lleva a relacionarme con todo lo que se va abriendo paso hasta llegar a la biblioteca, esa barra libre de letras, y hablar con las bibliotecarias y  compartir esos  libros, diseminados por unas bibliotecas y otras, con otros lectores.

En la portada del libro de Peter Handke, aparece el escritor caminando, llevando en una mano  varios libros. Me parece una imagen que contiene de alguna manera un deseo: Ayer, de camino: ojalá, mañana también.

Esperemos que no nos vuelvan a dejar sin este servicio.


PATRICIA L.D.