Fue leyendo Marienbad eléctrico de Enrique Vila-Matas como descubrí un libro de Alain Robbe-Grillet, Por qué me gusta Barthes. Un libro que Vila-Matas adora por su rareza, esa rareza que consiste en explicar por qué se admira a otro: frente a los que prefieren increpar o despreciar las obras de sus colegas. En el prefacio Olivier Corpet cuenta que Robbe-Grillet distinguía entre relaciones <<turbias, sospechosas>> y <<relaciones de novelista a novelista>> o <<relaciones amorosas>>. Imagino que esa relación entre Robbe-Grillet y Barthes que tanto adora Vila-Matas la habrá asociado a su relación con Dominique Gonzalez-Foerster.
Dominique Gonzalez-Foerster
Fue leyendo Marienbad eléctrico de Enrique Vila-Matas como descubrí a la
artista Dominique Gonzalez-Foerster, y a través de ella al director de cine
Tsai Ming-liang. La artista, fascinada por la secuencia final de la película Viva el amor, marchó a Taipéi (Taiwan)
en busca del parque donde transcurría
esa escena para pasear también ella con su cámara en mano, como hizo Ming-liang
en 1994, con el fin de tratar de responder a por qué esa escena y no otra
despertó su deseo de hacer videos. No sé
la respuesta, pero si vi en Dominique ese gesto del que hablábamos más arriba,
ligado a esa relaciones nada sospechosas y que tienen que ver más con las
relaciones amorosas. De alguna manera en su video está implícito su admiración
por Ming-liang.
Busco sin éxito esa película, Viva el amor, no doy con ella en ninguna plataforma. Voy limitando la búsqueda hasta dar, al menos, con la escena con la que termina el film, esa escena que desencadenó el deseo de hacer películas en Dominique. Y la encuentro. Play: aparece una mujer caminando por una zona en construcción, el mismo parque por el que caminará Dominque cinco años después de ese rodaje. Escuchamos el sonido de sus tacones sobre el asfalto, unos pájaros, el claxon de los coches. Apenas hay nadie además de ella. Solitarios paseando, alguno corriendo. Hasta que llega a un auditorio al aire libre en el que hay muchos bancos. Vemos sentado a un hombre canoso, leyendo el periódico. La joven se sienta unos cuantos bancos detrás y empieza a llorar. Vemos su rostro, cubierto por la larga melena rizada agitada por el viento. No para de llorar.
Viendo esas lágrimas resbalar recuerdo que en la entrevista en la que he podido escuchar a Ming-liang dice que tiene una relación muy especial con el agua. Somos como una planta. La uso de una manera consciente en la medida de que está siempre presente en nuestra vida. En Taiwan lo está. La relación del agua con las lágrimas y con el deseo es importante.
La actriz mira no sabemos si al escenario que tiene
enfrente, recordemos que estamos en un auditorio, o hacia dentro, hacia eso que trata de salir, quizá si hubiese visto la película entera…
pero qué importa. Van amainando el llanto y el viento. Se quita con la mano el
cabello de la cara. Retira las lágrimas. Quizá llorar en público tiene algo que
lo emparenta con leer rodeada: como si
construyésemos con esos dos actos un iglú que nos aislase de los otros. Aunque
también leemos con otros y lloramos con ellos. Definitivamente: leer y llorar
siempre remite a un otro por muy distanciados que en ese momento parezcamos estar.
Pienso en el llanto, o en determinado llanto,
como una mezcla de aburrimiento y sueño como los entendía Walter Benjamin. El
aburrimiento decía Benjamin es el
momento máximo de relajación espiritual, mientras que el sueño el momento
máximo de relajación corporal. Y no nos sentimos después de llorar ¿doblemente
relajados? Sí, así lo pienso ahora, como si lo anímico y lo corporal pudiesen, al
menos por un rato, descansar. Y quizá entonces es posible la escucha. Como si al
liberarnos de esa emoción quedara un lugar desde el que poder escucharnos.
A Ming-liang no le importa detenerse
en ese momento. La mujer frente al escenario, nosotros frente a ella durante
nueve minutos y once segundos que dura la escena. El director nos regala un
tiempo que está más allá del tic tac de un reloj, el mismo tiempo que la mujer se
está concediendo. Me gustan esos directores tan generosos con los espectadores.
Se suena la nariz con un pañuelo de papel. Por
fin vemos su cara totalmente despejada en el momento en el que enciende un cigarro.
Dominique Gonzalez-Foerster viendo
esa escena quiso ponerse en marcha y grabar su plano en Taipéi, y curiosamente,
lo grabó en un día de mucha lluvia, su plano de Taipéi empapado; me pregunto si
lo habrá visto Tsai Ming-liang, una secuencia que podría yuxtaponerse a la suya,
esta vez bien cubierta de lluvia. Las lágrimas de ella se mezclarían con las
que caen del cielo de Taipéi (sé que también han pensado en Blade Runner).
Vila-Matas dice que Georges Perec explica en Espacio de espacios, que cada detalle de un lugar en el que fijemos
nuestra atención es ya una narrativa en miniatura. Quizá Dominique vio en
esa película su propia narrativa en miniatura. Dominique no dejó escapar esa
escena del parque de Taipéi, y decidió situarse en el lugar “real” que vio por
primera vez a través del cine. A través de una película decidió
filmar la suya.
Viva el amor (1994), Tsai Ming-liang
Dominique González-Foerster dice: yo escribo como puedo en el espacio.
Tsai Ming-liang en la entrevista que
vi: los espacios son muy importantes, son
espacios que tienen una carga emocional para mí. No elijo lugares turísticos.
Les doy importancia porque nos ayudan a poder sacar lo que lleva un personaje
dentro. Es otro personaje. Los analizo mucho. Vuelvo a ellos.
Como vuelven cada cierto tiempo Enrique
Vila-Matas y Dominique Gonzalez-Foerster al café Bonaparte de París, lugar
donde comparten la alegría imparable de
su intercambio de ideas sin inhibiciones. A los dos les gusta también
dialogar con los autores que leen y con todo aquello que en algún momento puede hacer saltar la chispa
artística. Disfruté mucho de Marienbad
eléctrico. Aunque ha sido después, cuando he leído Por qué me gusta Barthes, y cuando he seguido
los pasos de Dominique siguiendo los de Ming-liang que me he acercado más al
libro de Vila-Matas.
Una amiga me
envía una fotografía del banco que me gusta fotografiar. También compartimos esa alegría
imparable de intercambio de ideas sin inhibiciones. Vila-Matas fue a
Marienbad –donde transcurre una de sus películas favoritas, El año pasado en Marienbad, de Alain
Resnais– para sentir lo que Dominique Gonzalez-Foerster siente cuando trata de
transformar un espacio que parece condenado a no cambiar nunca; Dominique
Gonzalez-Foerster fue a Taipéi y lo transformó.
Y hasta aquí, supongo, un por qué me gusta Enrique Vila-Matas.
Patricia L.D.
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