lunes, 1 de noviembre de 2021

Leyendo a Enrique Vila-Matas

 

Fue leyendo Marienbad eléctrico de Enrique Vila-Matas como descubrí un libro de Alain Robbe-Grillet, Por qué me gusta Barthes. Un libro que Vila-Matas adora por su rareza, esa rareza que consiste en explicar por qué se admira a otro:  frente a los que prefieren increpar o despreciar las obras de sus colegas. En el prefacio Olivier Corpet cuenta que Robbe-Grillet distinguía entre relaciones <<turbias, sospechosas>> y <<relaciones de novelista a novelista>> o <<relaciones amorosas>>. Imagino que esa relación entre Robbe-Grillet y Barthes que tanto adora Vila-Matas la habrá asociado a su relación con Dominique Gonzalez-Foerster.

Dominique Gonzalez-Foerster

Fue leyendo Marienbad eléctrico de Enrique Vila-Matas como descubrí a la artista Dominique Gonzalez-Foerster, y a través de ella al director de cine Tsai Ming-liang. La artista, fascinada por la secuencia final de la película Viva el amor, marchó a Taipéi (Taiwan) en busca del parque donde transcurría esa escena para pasear también ella con su cámara en mano, como hizo Ming-liang en 1994, con el fin de tratar de responder a por qué esa escena y no otra despertó su deseo de hacer videos.  No sé la respuesta, pero si vi en Dominique ese gesto del que hablábamos más arriba, ligado a esa relaciones nada sospechosas y que tienen que ver más con las relaciones amorosas. De alguna manera en su video está implícito su admiración por Ming-liang.

Busco sin éxito  esa película, Viva el amor, no doy con ella en ninguna plataforma.  Voy limitando la búsqueda hasta dar, al menos, con la escena con la que termina el film, esa escena que desencadenó el deseo de hacer películas en Dominique. Y la encuentro. Play: aparece una mujer caminando por una zona en construcción, el mismo parque por el que caminará Dominque cinco años después de ese rodaje. Escuchamos el sonido de sus tacones sobre el asfalto, unos pájaros, el claxon de los coches. Apenas hay nadie además de ella. Solitarios paseando, alguno corriendo. Hasta que llega a un auditorio al aire libre en el que hay muchos bancos. Vemos sentado a un hombre canoso, leyendo el periódico. La joven se sienta unos cuantos bancos detrás y empieza a llorar. Vemos su rostro, cubierto por la larga melena rizada agitada por el viento. No para de llorar. 

Viendo esas lágrimas resbalar recuerdo que en la entrevista en la que he podido escuchar a Ming-liang  dice que tiene una relación muy especial con el agua. Somos como una planta. La uso de una manera consciente en la medida de que está siempre presente en nuestra vida. En Taiwan lo está. La relación del agua con las lágrimas y con el deseo es importante. 

La actriz mira no sabemos si al escenario que tiene enfrente, recordemos que estamos en un auditorio, o hacia dentro, hacia eso que trata de salir, quizá si hubiese visto la película entera… pero qué importa. Van amainando el llanto y el viento. Se quita con la mano el cabello de la cara. Retira las lágrimas. Quizá llorar en público tiene algo que lo emparenta con  leer rodeada: como si construyésemos con esos dos actos un iglú que nos aislase de los otros. Aunque también leemos con otros y lloramos con ellos. Definitivamente: leer y llorar siempre remite a un otro por muy distanciados que en ese momento parezcamos estar.

 Pienso en el llanto, o en determinado llanto, como una mezcla de aburrimiento y sueño como los entendía Walter Benjamin. El aburrimiento decía Benjamin es  el momento máximo de relajación espiritual, mientras que el sueño el momento máximo de relajación corporal. Y no nos sentimos después de llorar ¿doblemente relajados? Sí, así lo pienso ahora, como si lo anímico y lo corporal pudiesen, al menos por un rato, descansar. Y quizá entonces es posible la escucha. Como si al liberarnos de esa emoción quedara un lugar desde el que poder escucharnos.

A Ming-liang no le importa detenerse en ese momento. La mujer frente al escenario, nosotros frente a ella durante nueve minutos y once segundos que dura la escena. El director nos regala un tiempo que está más allá del tic tac de un reloj, el mismo tiempo que la mujer se está concediendo. Me gustan esos directores tan generosos con los espectadores.

 Se suena la nariz con un pañuelo de papel. Por fin vemos su cara totalmente despejada en el momento en el que enciende un cigarro.

Dominique Gonzalez-Foerster viendo esa escena quiso ponerse en marcha y grabar su plano en Taipéi, y curiosamente, lo grabó en un día de mucha lluvia, su plano de Taipéi empapado; me pregunto si lo habrá visto Tsai Ming-liang, una secuencia que podría yuxtaponerse a la suya, esta vez bien cubierta de lluvia. Las lágrimas de ella se mezclarían con las que caen del cielo de Taipéi (sé que también han pensado en Blade Runner).

Vila-Matas dice que Georges Perec explica en Espacio de espacios, que cada detalle de un lugar en el que fijemos nuestra atención es ya una narrativa en miniatura. Quizá Dominique vio en esa película su propia narrativa en miniatura. Dominique no dejó escapar esa escena del parque de Taipéi, y decidió situarse en el lugar “real” que vio por primera vez a través del cine. A través de una película decidió filmar la suya.

 

Viva el amor (1994), Tsai Ming-liang

Dominique González-Foerster dice: yo escribo como puedo en el espacio.

Tsai Ming-liang en la entrevista que vi: los espacios son muy importantes, son espacios que tienen una carga emocional para mí. No elijo lugares turísticos. Les doy importancia porque nos ayudan a poder sacar lo que lleva un personaje dentro. Es otro personaje. Los analizo mucho. Vuelvo a ellos.

Como vuelven cada cierto tiempo Enrique Vila-Matas y Dominique Gonzalez-Foerster al café Bonaparte de París, lugar donde comparten la alegría imparable de su intercambio de ideas sin inhibiciones. A los dos les gusta también dialogar con los autores que leen y con todo aquello que en algún momento puede hacer saltar la chispa artística. Disfruté mucho de Marienbad eléctrico. Aunque ha sido después, cuando he leído Por qué me gusta Barthes, y cuando he seguido los pasos de Dominique siguiendo los de Ming-liang que me he acercado más al libro de Vila-Matas.

Una amiga me envía una fotografía del banco que me gusta fotografiar. También compartimos esa alegría imparable de intercambio de ideas sin inhibiciones. Vila-Matas fue a Marienbad –donde transcurre una de sus películas favoritas, El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais– para sentir lo que Dominique Gonzalez-Foerster siente cuando trata de transformar un espacio que parece condenado a no cambiar nunca; Dominique Gonzalez-Foerster fue a Taipéi y lo transformó.

Y hasta aquí, supongo, un por qué me gusta Enrique Vila-Matas.

Patricia L.D.

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