Sylvain Tesson (París, 1972), escritor y viajero,
decidió realizar un viaje que a diferencia de los anteriores le
obligase a quedarse largo tiempo en un mismo lugar. Para ello eligió una cabaña
al norte de la reserva natural de Baikal-Lena, en el sur de Siberia. Duración:
Seis meses. Cada mes da lugar a un capítulo: Febrero-el bosque. Marzo-el tiempo.
Abril-el lago. Mayo-los animales. Junio-los llantos. Julio-la paz. Seis meses
en los que irá anotando en el diario su experiencia allí. Como sabía ya antes de
marcharse que iba a pasar mucho tiempo en la cabaña y que habría momentos de
vacío, se equipó de un buen surtido de textos, p.26: cuando uno desconfía de la pobreza de su vida interior, hay que llevar
buenos libros: con ellos siempre se podrá llenar el vacío. La lectura de esos libros dará lugar a
reflexiones que se mezclarán con lo que él vive en ese entorno. Aparte de su
adorado Walt Whitman, y un sinfín de escritores, están algunas guías naturalistas que le
servirán para aprender los nombres de pájaros, plantas e insectos y así, al
nombrarlos, de algún modo dar las gracias a todo lo que le acoge durante ese
tiempo. Nombrar a cada ser que le recibe como muestra de cortesía. En
este bosque aprenderá a disfrutar, gracias a la soledad y del tiempo del
que dispone, del goce de las cosas. Lo que no sé si para descubrir esto es
necesario marcharse a un lugar lejano y con ciertas condiciones un tanto
extremas: como esas bajas temperaturas que sobrelleva con una estufa de hierro
bien alimentada de leña, y el suplemento para el cuerpo de sorbos de té y litros de vodka. Eso sí, el escenario es más llamativo
por diferente.
Su objetivo: Simplificar la vida. Sobriedad.
Dejar todas las demandas de la ciudad aparcadas, olvidarse del resto del mundo
y dedicarse a la contemplación y a las actividades esenciales como tener calor,
comida y bebida. Sylvain Tesson ni es el primero ni será el último, sólo otra
variación del personaje cansado de todo que decide retirarse, y demostrarse que
es posible vivir de otra manera. P.36: Leer,
sacar agua, cortar leña, escribir y servirse té se vuelven liturgias. P.40:
El lujo del ermitaño es la belleza. Su
mirada, dondequiera que la pose, descubre un esplendor absoluto.
La figura que cree encarnar Sylvain es la
del ermitaño, que se mantiene aparte, en un amable rechazo. Se parece al convidado
que, con un gesto suave, rechaza un plato. Si la sociedad desapareciera, el
ermitaño proseguiría su vida de ermitaño. El ermitaño no se opone, se casa con
un modo de vida. No denuncia una mentira, busca una verdad. Es físicamente
inofensivo y se lo tolera como si perteneciera a un orden intermedio, una casta
media entre el bárbaro y el civilizado,
pp.126-127. A diferencia de un místico que trata de desaparecer, el
ermitaño lo que quiere es reconciliarse con el mundo. Regresar a una vida más
sencilla, sin el constante flujo de estímulos que tiene en la ciudad y que al
ser absorbido por ellos le impiden el
goce de lo simple. P.40: La cabaña es un laboratorio. Un alambique
donde precipitar los deseos de libertad, de silencio y soledad. Un campo
experimental donde inventarse una vida a marcha lenta. Los animales, el
viento, el sol, las tormentas, las relaciones con unas pocas personas en las
que no es obligatorio estar diciendo algo constantemente…
Sylvain Tesson, será un ermitaño durante
seis meses, apartado de la sociedad en la que vive, para luego volver a ella y publicar
su experiencia, que consiste en contrastar lo que allí ha vivido con lo que se
vive en la urbe. Un tiempo lento frente a un tiempo frenético. Un mundo que te
exige contestar a todas sus llamadas y preguntas frente a otro en el que predomina el silencio sin apenas interlocutores. Un
borrarse temporal para luego hacerse otra vez visible. ¿Contradicciones?: lo valiente sería mirar las cosas a la
cara: mi vida, mi época y lo demás. La nostalgia, la melancolía, la ensoñación
dan a las almas románticas la ilusión de una huida virtuosa. Pasan por medios
estéticos de resistencia a la fealdad, pero no son más que la máscara de la
cobardía. ¿Qué soy? Un cobarde, abrumado por el mundo, recluido en una cabaña
en el fondo de los bosques. Un poltrón que se alcoholiza en silencio por no
atreverse a asistir al espectáculo de su época ni visitar su conciencia caminando
por la playa. P.153
Ya casi al final, p.226: es
bueno saber que en un bosque del mundo, allá lejos, hay una cabaña donde algo
es posible, situada no muy lejos de la dicha de vivir, y recuerdo El libro de la
almohada, de Sei Shonagon, un diario en el que esta escritora japonesa del
siglo X iba anotando las pequeñas cosas de la vida, esas que suelen pasar
desapercibidas hasta que las encontramos
atendidas por alguien que sí tuvo la delicadeza necesaria para apreciarlas, y a
las que supo darle palabras. Pienso también en muchos gestos, en muchas
personas con las que afortunadamente nos encontramos día tras día en las calles
por las que transitamos: quiero creer que LO POSIBLE ESTÁ AHÍ. Que por mucho
que nos apetezca en algunos momentos escapar, mejor que nuestra mirada no quede
recluida en ninguna cabaña remota; que sepa encontrar esa dicha de vivir, aquí
y ahora y entre todos. Por lo menos hay que seguir intentándolo.
Patricia L.D.