¿Quieres decir que nunca te he hablado del señor Willy Wonka y de
su fábrica?
Charlie y la fábrica de chocolate, Roald Dahl
La llegada del tren
Tres siglos después de que Felipe II merodease por El Escorial en
busca de un lugar donde plantar su Monasterio, unos empresarios españoles y de
varias nacionalidades europeas, constituyen La Compañía de los Caminos de
Hierro del Norte de España, con el objetivo de construir el tendido ferroviario
que uniría Madrid con Irún.
La fábrica de chocolate
Llegó el tren y con él la primera
construcción: la azucarera refinadora, puesta en marcha en 1865 por Rafael
Taboada y de la que no se sabe si llegó a refinar nada, cerrándose en 1874 por
problemas financieros. Es entonces cuando aparece el ya afamado chocolatero
Matías López y López (Sarria 1825- Madrid 1891)
interesándose por ella; en ese año estaba buscando un edificio que
estuviese bien comunicado con Madrid y otros lugares de España, lo
suficientemente amplio para abastecer la demanda de sus populares chocolates,
con sus cilindros, mezcladoras y refinadora. Además necesitaba espacio para
crear alrededor instalaciones accesorias, como las viviendas para los
trabajadores, atención médica, escuelas, jardines y la cooperativa que fundaría
de alimentación de obreros –la cope la llamaban todos– para que obtuvieran los
alimentos a un precio más bajo.
El chocolatero gallego llegó a los quince años
a Madrid, y ahora con experiencias, medallas y un montón de ideas, llega a la
estación de El Escorial donde se encuentra con un pueblo de apenas doscientos
habitantes.
Empezaron a aparecer familias de
todas partes y en 1875 ya está la fábrica de chocolate funcionando. A lo largo
de la década de 1880, la industria escurialense expende unos 7360 kilos de chocolate diarios. Quizá
de ahí el título tan evocador –casi tanto como Qué verde era mi valle, de John Ford– del catálogo del
historiador Gregorio Sánchez Meco, Cuando El Escorial olía a chocolate: un catálogo que surge a raíz del Taller de Historia de El Escorial que se realizó hace años, con el objetivo
de traer al presente el pasado vivido por los mayores.
Cuentan que de ese curso salió
mucha información, como salían bombones, tabletas y otros dulces en su día, y
entre conversación y conversación
siempre se colaba la fábrica de chocolates de Matías López, acordándose entre
todos los vecinos la recuperación de recuerdos –a través de historias contadas,
objetos, fotografías, carteles, etc.– con el fin de elaborarlos, difundirlos y
no perderlos. Ese catálogo es el que me
ha permitido hacer esta breve excursión al pasado. Pueden consultarlo en las
bibliotecas municipales de El Escorial y de San Lorenzo de El Escorial.
Con el tren y la fábrica también llegó
el mundo de la publicidad, con Antes y
después del chocolate Matías López, obra del pintor madrileño Francisco
Javier Ortego y Vereda, conocido por sus mordaces críticas a la corona, del que Matías López era gran admirador. Se
trata del primer cartel destinado a la promoción de un producto en este país.
Un cartel por el que Ortego y Vereda cobró ocho pesetas. A partir de 1875 la
marca incorporó dicho cartel al producto que fue bautizado por los consumidores
como Los gordos y los flacos.
En 1891, tras la muerte de su
fundador, la dirección de la fábrica pasó a manos de sus herederos. Fueron
varios los problemas que atravesó en los siguientes años, y poco a poco fue
decayendo y perdiendo su prestigio y actividad, cerrando finalmente en 1962.
Hasta esa fecha, muchas personas fueron las que entraron como aprendices y no
se fueron hasta su jubilación.
En el 2014, un tataranieto del
fundador recuperó el producto. Hace tiempo todavía podían comprarse las chocolatinas
en la pastelería Delys de El Escorial y en La Carpetana de San Lorenzo de El Escorial.
Pastillas y bombones, ¡cuántas emociones! ¡cuántos recuerdos! ¡cuánto cariño tuvo mi gente a su fábrica!
Patricia L.D.
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