miércoles, 27 de octubre de 2021

Un tren y una fábrica de chocolate

¿Quieres decir que nunca te he hablado del señor Willy Wonka y de su fábrica?

Charlie y la fábrica de chocolate, Roald Dahl

 

 

En 1895 se pone en marcha la Historia del Cine con la proyección de diez películas de los hermanos Lumiére, y con dos de sus títulos puede resumirse la entrada en la modernidad de la historia de la Villa de El Escorial: La llegada del tren y La salida de los obreros de la fábrica.

La llegada del tren

Tres siglos después de que Felipe II merodease por El Escorial en busca de un lugar donde plantar su Monasterio, unos empresarios españoles y de varias nacionalidades europeas, constituyen La Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, con el objetivo de construir el tendido ferroviario que uniría Madrid con Irún.

 El 9 de agosto de 1861, en la  prácticamente despoblada aldea, se inaugura la estación de tren de El Escorial, introduciendo la industria en la vida de los pocos campesinos y ganaderos que la habitaban. No cuesta imaginárselos en el andén, como el personaje Vienna de Johny Guitar, esperando a que llegase el tren para poner un pie en el futuro.

La fábrica de chocolate

Llegó el tren y con él la primera construcción: la azucarera refinadora, puesta en marcha en 1865 por Rafael Taboada y de la que no se sabe si llegó a refinar nada, cerrándose en 1874 por problemas financieros. Es entonces cuando aparece el ya afamado chocolatero Matías López y López (Sarria 1825- Madrid 1891)  interesándose por ella; en ese año estaba buscando un edificio que estuviese bien comunicado con Madrid y otros lugares de España, lo suficientemente amplio para abastecer la demanda de sus populares chocolates, con sus cilindros, mezcladoras y refinadora. Además necesitaba espacio para crear alrededor instalaciones accesorias, como las viviendas para los trabajadores, atención médica, escuelas, jardines y la cooperativa que fundaría de alimentación de obreros –la cope la  llamaban todos– para que obtuvieran los alimentos a un precio más bajo.

 El chocolatero gallego llegó a los quince años a Madrid, y ahora con experiencias, medallas y un montón de ideas, llega a la estación de El Escorial donde se encuentra con un pueblo de apenas doscientos habitantes.

Empezaron a aparecer familias de todas partes y en 1875 ya está la fábrica de chocolate funcionando. A lo largo de la década de 1880, la industria escurialense expende  unos 7360 kilos de chocolate diarios. Quizá de ahí el título tan evocador –casi tanto como Qué verde era mi valle, de John Ford– del catálogo del historiador  Gregorio Sánchez Meco, Cuando El Escorial olía a chocolate: un catálogo que surge a raíz del Taller de Historia de El Escorial que se realizó hace años, con el objetivo de traer al presente el pasado vivido por los mayores.

Cuentan que de ese curso salió mucha información, como salían bombones, tabletas y otros dulces en su día, y entre  conversación y conversación siempre se colaba la fábrica de chocolates de Matías López, acordándose entre todos los vecinos la recuperación de recuerdos –a través de historias contadas, objetos, fotografías, carteles, etc.– con el fin de elaborarlos, difundirlos y no perderlos. Ese catálogo  es el que me ha permitido hacer esta breve excursión al pasado. Pueden consultarlo en las bibliotecas municipales de El Escorial y de San Lorenzo de El Escorial.

Los gordos y los flacos

Con el tren y la fábrica también llegó el mundo de la publicidad, con Antes y después del chocolate Matías López, obra del pintor madrileño Francisco Javier Ortego y Vereda, conocido por sus mordaces críticas a la corona,  del que Matías López era gran admirador. Se trata del primer cartel destinado a la promoción de un producto en este país. Un cartel por el que Ortego y Vereda cobró ocho pesetas. A partir de 1875 la marca incorporó dicho cartel al producto que fue bautizado por los consumidores como Los gordos y los flacos.

En 1891, tras la muerte de su fundador, la dirección de la fábrica pasó a manos de sus herederos. Fueron varios los problemas que atravesó en los siguientes años, y poco a poco fue decayendo y perdiendo su prestigio y actividad, cerrando finalmente en 1962. Hasta esa fecha, muchas personas fueron las que entraron como aprendices y no se fueron hasta su jubilación.

En el 2014, un tataranieto del fundador recuperó el producto. Hace tiempo todavía podían comprarse las chocolatinas en la pastelería Delys de El Escorial y  en La Carpetana de San Lorenzo de El Escorial.

Pastillas y bombones, ¡cuántas emociones! ¡cuántos recuerdos! ¡cuánto cariño tuvo mi gente a su fábrica!

Patricia L.D. 

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