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Estamos en 1928, año en el que le pidieron a Virginia Woolf (Londres 1882- Lewes 1941) que diese una conferencia sobre las mujeres y la novela. De esa petición nacieron dos textos que excedían los límites del evento, y de ellos, Una habitación propia.
En la página 11 nos encontramos a la señora Woolf lista para ir a dar un paseo. Así que más que pasar páginas, nosotros, no meros lectores, atravesaremos puentes, observaremos ríos, lilas, tulipanes y otras flores primaverales, a la par que nos iremos adentrando en el discurrir de la propia narradora. Un discurrir que en ningún momento trata de sentar cátedra, sino que trata de clarificar lo que no se comprende del todo bien.
Saldremos de la Naturaleza
¿Y dónde estaban las mujeres? –se pregunta. Qué pocas referencias encuentra Virginia –tan curiosa ella –sobre las condiciones en las que éstas vivían. Lo que si encuentra es a la mujer como personaje, pero un personaje que desgraciadamente, estaba a años luz de su referente en la realidad: Algunas de las palabras más inspiradas, de los pensamientos más profundos salen en la literatura de sus labios; en la vida real, sabía apenas leer, apenas escribir y era propiedad de su marido.
Se sincera, cuando nos cuenta, que en un primer momento dio más importancia al hecho de que una tía suya le dejase una herencia de 500 libras
al año, que al enterarse, más o menos ese mismo día, que habían aprobado la ley que permitía el voto a las mujeres. La primera noticia se le antojó de mayor relevancia.
Si estuviese en sus manos, quedaría reflejado en los manuales de Historia el momento en el que la mujer empezó a ganar dinero gracias a la escritura, a finales del siglo XVIII: El dinero dignifica lo que es frívolo si no está pagado. Quizá seguía estando de moda burlarse de las <<marisabidillas>> con la manía de garabatear, pero no se podía negar que podían poner dinero en su monedero.
Nos habla de una predecesora de este hecho, Aphra Behn, y considera que sin ella, y todas las que fueron abriendo camino en este sentido, no existirían las Jane Austen, las hermanas Brontë y las George Eliot. Gracias a Aphra Behen la mujer conquistó el derecho a decir lo que le parecía. Y ahora, las mujeres de clase media, y ya no sólo las aristócratas, podrían escribir. Aunque eso sí, todavía en la salita de estar.
Y Jane Austen, George Eliot, Charlotte y Emily Brönte, están ahí, en los estantes del siglo XIX, en los que Woolf se encuentra, por primera vez con gran cantidad de libros escritos por mujeres. Mujeres, que como hemos dicho, aún no contaban con una habitación propia en la que poder escribir tranquilamente, y que sentían constantemente los efectos de las interrupciones. Todavía oímos los lamentos de Miss Nightingale, <<las mujeres nunca disponían de media hora… que pudieran llamar suya>>.
Jane Austen, por ejemplo, escribió todas sus novelas en la sala de estar. Y su formación literaria, como la del resto, se limitaba a lo que observaban desde ella. Ahí empezaban y terminaban los límites de su mundo. Aunque de esos pequeños y concurridos espacios, de esas salas en las que pasaban sus días, salieron obras como Emma, Villette, Cumbres borrascosas, Middlemarch, o Jane Eyre, con sus personajes femeninos más independientes, con otros matices, ya más ricos y más complejos, que aquéllos otros que habían sido creados por el otro sexo, y que siempre los definían en relación a él.
Jane, Emily, Charlotë y George Eliot, revelaban con sus personajes que las mujeres tenían otras inquietudes, otros intereses que traspasaban el mundo doméstico.
y la veríamos observando a una muchacha detrás de un mostrador y la escritora, se diría, que le gustaría leer la pequeña historia de esa joven, conocer fragmentos de su vida, antes que volver a leer la ni se sabe ya qué número biografía de Napoleón.
Y termino con algo que dice Virginia Woolf respecto a la lectura de algunos libros que considera fundamentales y que se ajusta perfectamente a lo que sentimos cuando nos adentramos en los suyos:
La lectura de estos libros parece, curiosamente, operar nuestros sentidos de cataratas; después de leerlos vemos con más intensidad; el mundo parece haberse despojado el velo que lo cubría y haber cobrado una vida más intensa.
Patricia L.
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