jueves, 12 de abril de 2012

Curso de filosofía en seis horas y cuarto, de Witold Gombrowicz

Curso de filosofía en seis horas y cuarto
Witold Gombrowicz
Fábula Tusquets Editores, 2009
152 páginas
Cuenta Cristina Fernández Cubas en su prólogo al Curso de filosofía en seis horas y cuarto de Witold Gombrowicz que este libro responde a  la ocurrencia que le sobrevino a un amigo del escritor polaco cuando éste sólo sentía dolor (tenía 64 años, padecía asma y había sufrido un infarto de miocardio). Una simple ocurrencia que sin embargo le sirvió a Gombrowicz para interesarse por ella y darle una oportunidad (a la ocurrencia y a él, que ya había pedido una pistola y también veneno).
La idea era la siguiente: Gombrowicz sería el profesor, y su mujer y el amigo ocurrente, los alumnos que asistirían a escuchar sus lecciones de filosofía. Cito literalmente a Fernández Cubas: los filósofos, a los que a menudo acusa W.G. de un exceso de abstracción y desinterés hacia los problemas de la vida, serán, pues, sus fieles compañeros en el momento en que, paradójicamente, es la vida quien ha decidido desentenderse de Gombrowicz.  
            Según  Fernández Cubas, Gombrowicz no renuncia al humor y la ironía en estas clases, y es un buen compendio de lo que fue una de sus pasiones en la vida. Entiendo, que desde mañana, cuando empiece este libro, me voy a encontrar no con un manual  de filosofía, sino con la filosofía digerida por los intestinos, por el esófago, el estómago y la faringe de Gombrowicz. Recuerdo  la sorpresa que me causó la lectura de  El tiempo de los asesinos, de Henry Miller, pensando que iba a ser un ensayo sobre Rimbaud, y luego me di cuenta de que lo que tenía entre manos era un Rimbaud henrymillerizado, o un Henry Miller rimbaudianizado. Y al fin y al cabo, eso es lo que nos interesa. Ver qué hicieron con aquellas lecturas, cómo se las apropiaron, qué les atraía de ellas, cómo influyeron en su obra, en su vida, y cómo llega un momento en el que es imposible discernir a los unos y a los otros, cómo se borran los límites, confundiéndose todos y todo. Ojalá nunca seamos maduros. Ojalá nunca dejemos las aulas. Qué bueno tener en esta ocasión al polaco como profesor.
            P.L.

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