martes, 20 de marzo de 2012

Con Borges, de Alberto Manguel

Con Borges, Alberto Manguel
Alianza Editorial,2004
102 páginas
Esta mañana, mientras trabajaba, pensaba que un buen lugar para escribir este post sería una biblioteca. Lo pensaba y ya me estaba imaginando sentada en una de las sillas, con el netbook sobre la mesa  y manos a  la tarea, rodeada de otros lectores, o rodeándoles yo a ellos. Sí, después de trabajar iría a casa a comer, luego fregaría los platos, me echaría un rato la siesta, y saldría de nuevo para recorrer el camino que lleva hasta la biblioteca. Al final  he subido a casa, he comido, he recogido, he contestado unos correos electrónicos,  me he echado un rato la siesta, y he mirado el salón: las estanterías, los libros... la pequeña biblioteca que tengo aquí. Y he pensado, echando por tierra en menos de un segundo el pensamiento de la mañana: ¿por qué no? La aceptamos como minibiblioteca. Escribamos el post desde aquí.
Y aquí estoy, con el portátil un poquito más grande, con la fotografía del libro sobre Borges, y pensando si alguien ya lo habrá sacado de la biblioteca. No de la minibiblioteca, sino de la biblioteca Manuel Andújar, la que está en la calle Floridablanca. ¿Habrá un segundo lector del libro Con Borges? Dentro de unas horas, cuando caiga la noche, ¿algún lector, ese segundo lector, encenderá la lámpara de su habitación para leer el libro de Alberto Manguel? o ¿ quizá algún lector irá a leer a otra persona, ciega como Borges, este libro? Y ese hombre o mujer ciega le preguntará: Bueno,¿y si leemos a Borges esta noche?, y el lector responderá, no, a Borges no, le voy a leer a Manguel: su libro se titula Con Borges.
Y es que este libro, Con Borges, de Alberto Manguel, trata de los días en que Manguel, siendo un adolescente, pasaba tres o cuatro veces a la semana por casa de Borges para leerle. Borges le decía,  bueno, ¿y si leemos a Kipling esta noche? Pero Borges aquí no sólo preguntaba; preguntaba y respondía a la vez, porque esa noche, claro está, Manguel tenía que leerle al maestro algún libro de Kipling.
La tía de Manguel, gran admiradora de Borges, no entendía como su sobrino no le daba importancia a esa labor, la importancia que sí le daba ella. ¡Ir a casa de Borges, leerle libros! Pero para Manguel era algo normal: aquella tardes con Borges no eran (en la arrogancia de mi adolescencia) algo realmente extraordinario, sino algo en nada ajeno al mundo libresco que siempre había sentido como mío. Más bien eran las demás conversaciones las que me parecían extrañas o poco interesantes (...) Por el contrario, las conversaciones con Borges eran tal como, a mi juicio, tenían que ser siempre las conversaciones: acerca de libros y acerca del engranaje de los libros, acerca de los escritores que yo no había leído hasta entonces, y acerca de ideas que no se me habían ocurrido o que apenas había alcanzado a esbozar de una forma vaga, semiintuitiva, pero que, en la voz de Borges, resplandecían en toda su riqueza y en todo su esplendor, en cierta medida obvio. No tomaba apuntes porque en esos momentos me sentía colmado.
Le abría Fany la puerta, y luego aparecía Borges. Inmediatamente se ponían a la tarea. Por aquel entonces, Borges vivía con su madre Leonor, con Fany, la mucama, y el gato Beppo. Según Manguel, Beppo, el enorme gato blanco, y la madre de Borges, eran como dos figuras fantasmales.
Borges no tenía ningún problema en pedir a estudiantes, periodistas, escritores, o a quien se le presentase en ese momento, que fueran a su casa a leerle de vez en cuando. Su ceguera empezó a aumentar poco a poco  a partir de los treinta, y a mediados de sus cincuenta, LA NOCHE. Así nos dice Manguel que le gustaba hablar a  Borges de su ceguera, como prueba de la <<magnifica ironía>> de Dios, que le había dado <<los libros y la noche>>. Y es que pensar en Borges es como imaginar una biblioteca andante. Y por eso me imaginaba escribiendo el post allí, en la Manuel Andújar. En contraste con esto, sorprende que nos diga Manguel que la biblioteca de la casa de Borges, de ese gran lector que era Jorge Luis Borges, fuera más bien pequeña. Biblioteca, por cierto, que no tenía entre sus estanterías ningún ejemplar del escritor. ¿Y para qué? Dicen que se los sabía de memoria. Como se sabía de memoria Las flores del mal de Baudelaire. Como se sabía de memoria tantos párrafos de otros autores. Sí. Borges era una biblioteca andante.
Hoy, alguno de los correos que he intercambiando, lleva en su cuerpo la ciudad de Nueva York. N. ya estuvo allí, pero no le importaría volver. A mí me encantaría ir algún día, quizá pensando, como pensaba Borges, que hay ciudades que ellas mismas son personajes literarios: Troya, Cartago, Londres, Berlin. Y esto se lo decía a Manguel justo después de ver  West Side Story. Seguro que se puso a enumerar esas ciudades, Troya, Cartago, Londres, Berlín, y a decir que son  personajes literarios, porque acababa de ver a uno de los GRANDES: Nueva York

Cuando le acompañaban a Borges al cine tenían que describirle la película. Servirle, también frente a la pantalla, de ojos. Devolverle la vista perdida. Y todo se volvía más sencillo si Borges ya la había visto, entonces dice Manguel, que apenas había que hablarle. Como en el caso del musical West Side Story. No parecía aburrirse de él. Y no me extraña. Todos nos hemos sentido en algún momento grandes bailarines, recorriendo las calles de Nueva York con esos chicos, siendo gamberros, siendo amantes, en ese Romeo y Julieta tan genial.
Con Borges, se lee de un tirón, es un libro muy ameno. Descubrimos los gustos de Borges, anécdotas que pasaron en su casa y fuera de ella, algunas de sus obsesiones...y su confianza en la palabra escrita. Dice Manguel: Hay escritores que tratan de reflejar el mundo en un libro. Hay otros, más raros, para quienes el mundo es un libro, un libro que ellos intentan descifrar para sí mismos y para los demás. Borges fue uno de estos últimos. Creyó, a pesar de todo, que nuestro deber moral es el de ser felices, y creyó que la felicidad podía hallarse en los libros. <<No sé muy bien por qué pienso que un libro nos trae la posibilidad de la dicha –decía –. Pero me siento sinceramente agradecido por ese modesto milagro.>>
Estoy deseando ver a mi sobrino para decirle lo que Borges le dijo una vez al suyo: si te portas bien, te voy a dar permiso para que imagines un oso.

 P.L.

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