miércoles, 21 de diciembre de 2011

Las correcciones, de Jonathan Franzen

Había una corona de acebo en el dintel de la puerta. El camino de acceso tenía linderos de nieve y marcas de escoba separadas a intervalos regulares. Esa calle del Medio Oeste le producía al viajero la asombrosa impresión de un país maravilloso, rico, plantado de robles y con espacios descaradamente inútiles. Al viajero no le entraba en la cabeza que semejante sitio pudiera existir en un mundo de Lituanias y Polonias. Había que remitirse a la eficacia aislante de las fronteras políticas para comprender que el poder no saltara, sencillamente, sobre la distancia que separaba tan divergentes voltajes económicos. La vieja calle, con su humo de roble y sus setos techados de nieve y sus aleros festoneados de carámbanos, parecía una realidad precaria. Parecían un espejismo. Parecía el recuerdo excepcionalmente vivo de algo que alguna vez amamos y que ahora está muerto.

Las correcciones, Jonathan Franzen

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