jueves, 8 de septiembre de 2011

Los papeles de Aspern


Entretanto llegó el verano; sus días transcurrieron lenta y plácidamente, y ahora, al evocarlos, me parecen los más felices de mi vida. Permanecía en el jardín durante las horas en que el calor no era excesivo: me había hecho arreglar la glorieta, y había mandado colocar en ella una mesa baja y un sillón. Allí llevaba libros y carpetas -siempre tenía entre manos alguna tarea literaria- y trabajaba y aguardaba, meditaba y esperaba, mientras las plantas bebían la luz del sol y el viejo palacio inescrutable palidecía bajo sus rayos, hasta que luego, cuando el día declinaba, empezaba a recobrarse y enrojecer. Y mis papeles susurraban mecidos por la brisa vagabunda del Adriático.
Los papeles de Aspern, Henry James

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