La historia de mi
máquina de escribir, Paul Auster.
Editoria Seix Barral,
2013.
Ilustraciones de Sam
Messer.
Tapa dura.64
páginas.12,95 Euros.
Utilizo el teclado de mi ordenador
portátil Toshiba para escribir una entrada sobre el
libro de Paul Auster La historia de mi máquina de escribir, escrito por el
autor –cómo no –con la misma máquina a la que se refiere el título y que encontramos retratada por Sam Messer en la portada: una Olympia.
En el año 2000, la Olympia y
Auster cumplieron veintiséis años de relación, y si las cincuenta cintas que
compró el escritor para la máquina, en su papelería de Brooklyn –preocupado por si se
quedaba sin las cintas, por si se extinguían – le siguen durando, entonces
cuando escribo este post, ellos llevan ya 39 años de convivencia. Una
relación que se remonta al año 1974, cuando un antiguo compañero de la Facultad se
la ofreció en un momento en el que Auster no tenía dinero para hacerse con una.
Desde entonces la máquina de escribir Olympia le ha acompañado a todas partes,
y ha seguido en pie sin apenas quejarse por nada (un
gritito al arrancarle el hijo de Auster la palanca de retroceso del carro,
cambios de cinta, alguna cicatriz, abolladuras…), y sobreviviendo a la llegada
–que se quitó del medio a tantas y tantas máquinas de escribir –de los
ordenadores. Yo empecé a parecer un enemigo del progreso, el
último pagano aferrado a las antiguas costumbres en un mundo de conversos
digitales. p.28-29.
Esta Olympia podríamos decir que es una más
de la familia –alguien más
y no algo –gracias a los retratos que ha hecho
de ella Sam Messer, que en cuanto la vio en la casa del escritor se enamoró.
Unos retratos que luego le sirvieron a Auster para hacerse más consciente de ella. Nos cuenta: Los cuadros están ejecutados con
brillantez, y me siento orgulloso de mi máquina de escribir por haberse
constituido en tan valioso tema pictórico, pero al mismo tiempo Messer me ha
obligado a ver de otro modo a mi vieja compañera. Aún me encuentro en pleno
proceso de adaptación, pero, ahora, siempre que contemplo esos cuadros (tengo
dos colgados en la pared del cuarto de estar), me resulta difícil pensar en mi
máquina de escribir como un eso.
Sin prisa pero sin pausa, eso se ha convertido en ella. p.42.
Y mientras leemos la historia que ha
escrito Auster sobre su vieja amiga y contemplamos las ilustraciones que la
acompañan de Messer, empezamos a sentir que esa máquina tiene vida propia.
Y nos acordamos de una frase de La montaña mágica de Thomas Mann: aquella pieza,
que pasaba de generación en generación sin que el tiempo pasase por ella. Y se nos ocurre que
quizá esa máquina –como la radio de mi abuela, o los cuatro pequeños volúmenes
de El Quijote de mi abuelo –también pase de
generación en generación; y seguramente nosotros nos iremos antes que esa radio,
que ese Quijote, y que esa máquina de escribir que
seguirá ahí cuando ya no estemos, aunque no sabemos si sirviendo con sus teclas
para contar otras historias o bien observando toda silenciosa desde algún desconocido lugar.
Pero sí –y discúlpenme esta
debilidad - a veces una cree que ellos tienen
vida propia.
Patricia L.D.
Paul Auster ya apareció por este blog.
Sam Messer ha expuesto sus pinturas desde 1983.
Sus obras se encuentran en numerosos museos y colecciones privadas de todo el
mundo, entre ellos el Museo Whitney de Arte Americano y el Museo Metropolitano
de Arte de Nueva York. Su libro anterior, One
Man By Himself: Portraits of John Serl, fue publicado por Hard Press en
1995. Vive en Santa Mónica, California, con su hija, y enseña en la Universidad de Yale.