domingo, 18 de noviembre de 2012

El hijo de Gutenberg, de Borja Delclaux.


El hijo de Gutenberg
Autor: Borja Delclaux
Lengua de trapo
224 págs.
17,50 €


Entrar en El hijo de Gutenberg es entrar en una singular historia de amistad entre un administrador de fincas urbanas y un contable que desde el momento que se  encuentran fuera de sus trabajos consiguen construir otra dimensión en sus vidas. Una dimensión más allá de su rutina diaria, pero a la vez, muy pegada a ella. Y así, la experiencia que tiene Vargas a la hora de lidiar con un montón de vecinos, vendrá como anillo al dedo  para conseguir que un grupo de excéntricos se reúna una noche a celebrar la muerte del dadaísmo -¡viva dadá!- una comunidad que pasará del espacio virtual al real, y que cantarán a lo singular, lo excepcional, lo defectuoso, lo que no es lo que parece, lo que muta, lo que se derrite.

Y es que en esta historia todo se transforma. La ventana del taller de imprenta en el que Vargas pasa unas horas para engrasar y limpiar la linotipia  de su padre –Víctor Vargas –dejará de ser un escaparate para convertirse en una pantalla de cine de la que él será la cámara privilegiada; y Bruno nos contará la historia de cómo sus viejas zapatillas de pana llegaron a convertirse en un invernadero: Vivía tan intensamente la vida interior de las zapatillas que de alguna forma los cambios tenían su reflejo en mi propia vida interior, como si hubiera una extraña compenetración entre el estado de las zapatillas y mi propio estado mental. Una especie de entendimiento, una química interior.  De ahí a convertirse en experto en pantuflas sólo tendrá que dar un paso. O dos. Con un pie y con el otro: esos pies con calcetines desparejados, de distinto color. Bruno, con su miedo de niño a los maniquíes y su nostalgia de los zapatos de charol con los que hizo la comunión: nostalgia no de la infancia perdida ni del tiempo pasado ni del sentimiento religioso: pura y dura nostalgia del charol.

En el taller de imprenta conoceremos también al señor y la señora Berg, artefactos construidos gracias a las piezas que el padre de Vargas reciclaba y recogía previamente con su carrito de supermercado. Construida también esta pareja con las piezas que se iban estropeando de La verdadera señora Berg, que no es otra que la linotipia mencionada líneas más arriba: Su relación con esta máquina llegó a ser tan personal que se comunicaba con ella como si fuera un animal o incluso una persona: durante muchos años la llamó Edelmira.

Linotipias que se llaman Edelmira, zapatillas que sacadas de su contexto –y como si de una obra de Marcel Duchamp se tratara –pasan a ser un invernadero, y que alejadas de su uso habitual, también tendrán algo que decirnos respecto a su nueva situación. Sí, nos sorprenderemos con un diálogo entre zapatillas; perros que se preocupan de sus dueños y guau guau, consiguen decirnos unas cuantas palabras. Ahora todo parece posible. Ahora todo es  posible. Hasta llegar a encontrar un sentido: De pronto cada cosa está en su lugar exacto; de pronto todo tiene sentido: tú tienes sentido y el mundo tiene sentido; de pronto te sientes protagonista de tu propia vida, dueño de tu propio destino, compañero del azar.

Esta es una historia de cosas, una historia de nuestra relación con ellas, pero sobre todo es la historia de una amistad y de un conjunto de experiencias artísticas vividas por personas por lo general ajenas al mundo artístico: como reza la exposición Anonimarte que también aparece en este libro.

            Les invito a entrar en este libro. En él late un corazón, quizá compuesto de tuercas y tornillos, pero un corazón que se siente y funciona al ritmo del otro.

Ahora más que nunca necesitamos el espíritu dadá. (…) Ahora que todos se han puesto tan serios, tan graves, tan encantados de conocerse a sí mismo que apenas ven otra cosa que su propio ombligo. Están enfermos de gravedad. Necesitamos a dadá. Que los artistas se queden en los museos. Devolvamos el arte a la calle.

Patricia L.

Sobre el autor, extraído de la página de Lengua de trapo: Borja Delclaux nace en Bilbao en 1958 y se establece en Madrid desde mediados de los ochenta. Falleció en abril del 2006, mientras concluía el proceso editorial del presente libro. En 1995 se publicó en Lengua de Trapo su obra Picatostes y otros testos, segundo título de la Colección Nueva Biblioteca y I Premio Lengua de Trapo de Narrativa. Es, por eso, autor fundacional de esta casa: en su escritura desacralizadora y juguetona, en la línea del primer Vila-Matas o de Monterroso, se resume a la perfección el espíritu de la editorial.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Wilt, de Tom Sharpe.

El problema no ha sido Henry Wilt, el personaje creado por Tom Sharpe que además de formar parte de esta historia titulada Wilt, también lo hizo en Las tribulaciones de Wilt, Ánimo Wilt, Wilt no se aclara, y por si no tuviésemos suficiente Wilt, otro más: La herencia de Wilt. El problema tampoco ha sido su esposa Eva, mujer hiperactiva, excesiva en todo y adicta a cientos de cursos: cerámica, baile oriental, judo, meditación trascendental, etc., etc.

            Tampoco los pensamientos de Wilt acerca de cómo matarla, de imaginarse  una vida sin ella después de doce años de matrimonio; ni su falta de decisión, ni sus diez años de profesor auxiliar en la Escuela de Artes y Oficios. Tampoco su existencia anodina, su aburrimiento, su deprimente rutina. ¿Quizá Judy, la mujer de plástico hinchada a mayor presión de lo normal? No. Ni la fiesta en una casa del vecindario, ni la vecina con cerebro de cacahuete y cientos de pájaros revoloteando en su cabeza, ni los obreros que se encuentran a la muñeca hinchable asesinada en su obra. ¿Pero acaso se puede asesinar a un trozo de plástico? Y es aquí, en este momento, cuando también  entra en juego la policía y sus pesquisas, tan poco acertadas ellas;  y una mitad –Wilt –se quedará ahí, entre los cotilleos y tejemanejes de la Escuela, la comisaría, el ajetreo en las obras con la pobre muñeca Judy enterrada en hormigón, sometido a un sinfín de interrogatorios, mientras la otra mitad –Eva –muerta aparentemente, presencia fantasmal para algún que otro cura, tomará un barco con una pareja que la deslumbrará al principio hasta que finalmente escape espantada de los dos: Sally, a quien le gusta la Terapia Táctil y Gaskell, que se divierte con juegos y juguetes infantiles.

            Y según vamos leyendo, iremos pasando de un enredo a otro. Y seguramente al final, el señor Wilt saque algo de esto. Y seguramente la señora Wilt también. ¿Pero qué sacamos nosotros, los lectores? Como mucho, pasar un rato un poco divertido. Más allá, y este sí es el problema: NADA.

            Me acordé de la película Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie, 2007). Por si les gustan las historias con mujeres de plástico hinchadas a mayor presión de lo normal. Ahí si encuentro a personajes de verdad, aunque uno sea de plástico.

Patricia L.

Nota: sería injusto no decir que con quince o dieciséis años Wilt sí me pareció entretenido y me arrancó más de una sonrisa. Supongo que mis gustos han ido cambiando y pido a una historia más que una sucesión de enredos; o sencillamente, que este libro no aguanta bien una relectura.

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sábado, 3 de noviembre de 2012

Click, de Javier Moreno.


Click, de Javier Moreno
Candaya, 2008


El protagonista de la novela Click, de Javier Moreno (Murcia, 1972) no se llama por casualidad Quisque Serezádez. Antes de hablarles de Quisque, acompáñenme un segundo, y abramos por obra de birlibirloque Las mil y unas noches. El Sultán para vengar la infidelidad de su  esposa decide que cada noche una mujer -hijas de sus cortesanos-  la pase con él: al día siguiente, la elegida para la ocasión morirá. Esta cadena de muertes se rompe cuando le toca el turno a Sherezade. ¿Qué hace Sherezade? le cuenta al Sultán un cuento, pero lo deja sin terminar, y de este modo consigue salvar su vida: porque el Sultán quiere seguir escuchando esa historia, saber qué es lo que va a pasar. Así hasta mil y una noches. Finalmente, el Sultán se enamora de ella y son felices. Sí, Sherezade ha salvado su vida.

             La diferencia entre Sherezade y Quisque Serezádez está en que en el caso del segundo, es él quien empuña el arma que puede acabar con su vida. Click. La ley de la probabilidad. Click. Una bala dentro del tambor. Click. La ruleta rusa. Click. Suicidio fallido: puede seguir contando. Porque de contar va esta historia, de contar-se Quisque, con un arma en la mano y con una pluma en la otra. Quisque, ese hombre seducido por las formas bellas, las formas de las mujeres a las que tanto desea, la forma de un poema, de una cornisa arquitectónica. Quisque Serezádez, Quisque hedonista. No sabe cuándo la bala atravesará su cabeza, por lo tanto, tiene que darse prisa. Los recuerdos se agolpan, quiere dejarlos por escrito y de este modo evitar el olvido. ¿Recuerdan a Ulises? Cuando retorna de su odisea se encuentra con otra no menor, tener que volver a contar-se, a narrar-se,  para que todos le reconozcan. Sin este reconocimiento mutuo, Ulises sería un extraño, un don nadie.

            Sí, es una recomendación. Abran el libro. Escuchen a Quisque. Préstenle sus oídos.

            Fragmento robado de la contraportada: Vivianna (la muchacha adolescente), Estela (la astrónoma), Mymmi (la actriz porno), Inga (la modelo), Sónica (la periodista)… nueve mujeres que serán las musas inspiradoras de la escritura peligrosa del seductor –a pesar de sí mismo –que es Quisque. Un Quisque (estadístico, colaborador de la revista Zienzia, “amante del amor”, guionista) que teje y desteje la memoria personal en la simultaneidad que otorga la cercanía de la muerte.

Patricia L.
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